23 de diciembre de 2013

Una triste y gran verdad...

Por: Antonieta B. de De Hoyos


Motivados por la inseguridad que impera en las calles, la gente ha comenzado a recluirse.


 Solo los más atrevidos siguen acudiendo a fiestas, restaurantes de moda y reuniones familiares hasta altas horas de la noche. De estos trasnochadores la mayoría son jóvenes a los que les gana el deseo de divertirse y, sin importarles exponer su integridad física deambulan en sus automóviles o platican en las plazas.


La violencia se ha extendido, no solo en la ciudad, en todo el país. A través de los noticieros locales y nacionales nos enteramos de los constantes hechos violentos que ha diario se realizan en casas habitación, negocios y lugares de recreo; delitos que por lo general quedan impunes.


De nada sirven los miles de millones que anualmente gastan los gobiernos en auxiliar a las víctimas y en perseguir maleantes, suma de dinero que podría ser invertido en la lucha contra la pobreza y el hambre.


Tanta agresión a cualquier hora del día y de la noche, ha provocado que la gente salga a la calle solo para lo indispensable, dejar en casa sus alhajas favoritas, no usar bolsos de ningún tamaño, llevar en efectivo solo lo necesario para la compra en la bolsa del vestido, chaqueta o pantalón.


A como están las cosas, acudir a los cajeros automáticos es una aventura.


El domingo asistí a la misa acostumbrada y aunque no me sorprendió, si me inquietó que fuera el sacerdote oficiante quien recomendara a la feligresía, no dejar su bolsa en la banca cuando ingresara a la filas de los comulgantes, y  que tampoco se separara de los niños pequeños. Recordó que la iglesia es santa, pero que algunos de los que ingresan no lo son.


Días después escuché a un representante político, exhortar a la comunidad en especial a las mujeres, a educar con mayor rigor a los hijos en los valores éticos como: la honradez, la fidelidad, el respeto a sus semejantes, agregando algunas virtudes como la templanza, la generosidad, la sobriedad y otras, recalcando que es en los hogares donde la violencia se genera, para después pasar a las calles.


Este comentario me  entristeció, pero aunque duela es una gran verdad que tenemos que aceptar. No es la raquítica economía hogareña lo que induce al robo y a la violencia, sino la deficiente o nula educación de los hijos en la conducta correcta.


Nuestros mayores también pasaron tiempos críticos y no por eso se dedicaron a robar, abusar o dañar. El exagerado materialismo en el tercer milenio frustra a niños y jóvenes, sobre todo cuando somos los mismos padres los que les inculcamos que la felicidad, radica en tener dinero y lo que con el se puede comprar.


Decía San Juan de la Cruz: “Educa a tu hijo como rico y lo empobrecerás, educa a tu hijo como pobre y lo enriquecerás” Es fin de año, tiempo de balances, hagamos cuentas.

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