29 de junio de 2013

En la ciudad, la lluvia se convierte en terror nocturno.

Lluvia en la ciudad
Y, al final, sale un sol 
incapaz de curar
 
las heridas de la ciudad,
 
Y se acostumbra el corazón
 
a olvidar.
 “
Joaquín Sabina
 
Llovió mucho, acabando con la sequía de años. Llovió tanto que pensamos en que al fin la temperatura bajaría. Llovió tanto que soñamos en un verano menos caluroso en el norte de México. 

Llovió tanto que hasta sentimos miedo por el exceso de agua.
Y del juego de niños bajo la lluvia en la calle, se pasó a la zozobra en los hogares construidos en zonas de riesgo. Casas construidas sobre las riveras perdidas de cauces de arroyos ocultos. Casas construidas  en terrenos  compactados con basura y escombros. El miedo de los adultos aflora y la lluvia continúa cayendo.

La oscuridad es la cobija del miedo y la cobija estaba húmeda con la lluvia. “¡Dios, que pare de llover!”

El agua sube, entra por la puerta, por las rendijas, por las ventanas y sube el nivel. El miedo es ya pánico y la lluvia sigue cayendo, con más fuerza, más intensa. El  terror obliga a salir a las plagas y al hombre de sus hogares.

 El agua llega a la rodilla, a la cintura al metro y medio dentro de los hogares, ya no hay salvación: miles de damnificados y el terror se convierte en ira en coraje en impotencia  “¿Para qué tanta agua si solo era necesaria una poca?”

El sol al fin asoma y empieza el rescate de los recuerdos empapados, enlodados, anegados por el drenaje mal hecho durante decenas de administraciones municipales. La frustración de casas derrumbadas recién adquiridas con créditos pagados a empresas constructoras corruptas que se enriquecen con la necesidad de una vivienda de los trabajadores. Permisos de construcción en lechos de ríos y arroyos, permisos de construcción en terrenos frágiles de donde se extrajeron materiales pétreos.

Y el sol seca todo, hasta el coraje y la indignación, solo se levantan manos entrenadas para recibir las dadivas: “que alguien me ayude” a reconstruir mi casa a adquirir mis cosa, mis muebles, mis recuerdos, mis sueños que dormirán hasta la nueva inundación.
“A rio revuelto, ganancia de pescadores” y los pescadores son los Partidos Políticos que en pleno ejercicio del cinismo buscan en este municipio de Piedras Negras el voto para enquistarse en la nómina de un cargo de elección popular y engrosar sus patrimonios con la amnesia del ciudadano: todos los permisos de construcción fueron avalados por gobernantes y funcionarios en turno que en pleno conocimiento de la geografía de su municipio han permitido las construcciones en áreas inundables. Todas las administraciones municipales han recibido participaciones económicas de las constructoras que han hecho de los drenajes su sucio negocio generador de riquezas privadas.

La falta de ética moral y ambiental de los constructores y da las autoridades compran el olvido con despensas, colchones, camas y un poco de dinero para reconstruir lo que la naturaleza destruyó. Nunca un juicio, nunca un castigo, nunca una denuncia.

Profra. Josefina Sánchez Ponce.



9 de junio de 2013

Cuando me miro al espejo....

La próxima semana si Dios no dispone otra cosa, celebraré con gusto mi cumpleaños número sesenta y siete, hecho que probablemente pudiera molestar a algunos, por atreverme a declarar mi edad. Pero si lo hago, es porque en estos instantes gozo de una inmensa tranquilidad; aquel tiempo en el que mi mayor preocupación era aparentar una juventud que se me iba de las manos, ha sido superado.


Me siento muy orgullosa de mi edad  y profundamente agradecida con el Creador por tan grato privilegio, por eso es que ahora cuando me miro al espejo, veo a una mujer serena, satisfecha, consiente del gran esfuerzo que significó para ella, el cumplir de la mejor manera, la misión terrena.

A mí me encanta lo que vivo, porque al fin he dejado atrás las cadenas de la inquietud, el miedo y la incertidumbre, que me provocaba el tener que envejecer.


Ahora estoy aquí en una tarde cualquiera, meditando sobre los tiempos idos, sobre los aciertos y los desaciertos, disfrutando de la maravillosa etapa de la reconciliación con Dios, con mis seres queridos y conmigo misma.  


Fue en uno de estos momentos de soledad y silencio placentero, que vinieron a mi memoria las imágenes de mi madre y mi abuela Agripina. Recordé con agrado, aquellas amenas conversaciones que sostuve con ellas durante su vejez,  antes de su partida.


Cierro los ojos y las veo tal como eran, amables, distinguidas, con su pelo cano y su tez muy blanca. Orgullosas de su fe y de su familia. Estas pláticas para mi fueron trascendentes,  quedaron grabadas en mi alma, como las más hermosas lecciones de amor y fidelidad.


Pero había algo en ellas que las hacia excepcionales, diferentes al resto de las ancianas conocidas la ternura que emanaba a raudales de su mirada. Mi abuela tenía los ojos grisáceos y mi madre café miel, pero no era su forma ni su color lo que los embellecía, sino el milagroso brillo que despedían.


Sus rostros lucían radiantes, frescos, limpios, inocentes, como los de una criatura que se abre a la vida de la mano de Dios, ellas estaban a punto de iniciar otra vida tomadas también de la mano de Dios.


Yo no sé cuánto tiempo me esté destinado sobre la Tierra, pero mi mayor deseo ya no está en buscar un rostro sin arrugas ni un cabello sin canas, ahora cada vez que me coloco frente al espejo, miro fijamente mis ojos y busco con afán aquel brillo que vi en sus miradas, porque sé que ese radiante resplandor será la manifestación de que Dios está en mi corazón.

 

Por: Antonieta B. de De Hoyos