18 de agosto de 2012

28 de agosto, día del anciano.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

Fue en 1978, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas designó esta fecha para celebrar a las personas mayores de ochenta años, declarándolo Día Internacional del anciano.  Pero no debemos confundirlo con la celebración de los abuelos, ya que estos pueden ser jóvenes de cuarenta hasta adulto mayor, en cambio los ancianos tienen un espacio más reducido, se inician a partir de los ochenta y dependiendo de su estado de salud, pueden estar en la senectud o en la decrepitud hasta pasados los cien años.

Gracias a los descubrimientos de la ciencia, hoy existe una rama de la medicina dedicada a la conservación de la salud integral de los ancianos, llamada gerontología. La buena alimentación y los servicios de salud, han incrementado el número de personas que rebasan los ochenta a plenitud, y que dedican su tiempo a leer, conversar, viajar y orar.

La mayoría de ellos han intuido que llevando una vida de fe, - y si Dios así lo dispone - vivirán la época senil; pero no la temen, están dispuestos a afrontarla apoyados en sus creencias cristianas, practicadas desde niños. Lo que ninguno desea, es esa posibilidad de ser sometidos al “encarnizamiento terapéutico” con el fin de prolongar una vida que ya no da más de sí.

La vejez, es el punto ideal para contemplar la vida pasada pero con benevolencia, oportunidad para hacer un balance de acuerdo a las capacidades de cada quien, y a la fe que como creyente se profese al Padre, confiados en su amor e inmensa misericordia.

La entereza es en la vejez la virtud más apreciada, pues es en esos momentos de mortificación, cuando se multiplica la paciencia. El sufrimiento es algo que va junto con la vida, quien no sabe lo que es sufrir, no es persona completa.

Cuando la fe ha sido firme, a la muerte se le ve venir sin miedo; si le tenemos pavor es por las imágenes infernales que nos metieron en la cabeza cuando éramos niños. La muerte para el anciano tiene un sentido amable, es como un cálido descanso.

Aquel que vivió una juventud dificultosa y tal vez una infancia desgraciada, puede pensar que la ancianidad es el fin de todo, pero quien sembró bien, tendrá buena  cosecha. Es cierto que en esta última etapa se piensa con más frecuencia en la muerte, pero con cordura, sin ansiedad, a la luz de la fe que ilumina todo. Algunos investigadores dicen que el asistir a misa, orar, estar en paz con la familia, ser casado o tener pareja, hace más llevadero el camino.

Lo importante es que acompañemos a nuestros ancianos en sus oraciones y les llevemos al templo. Un gran regalo será  para nosotros gozar de su sonrisa, esa que brilla en su rostro por encima de su incapacidad o su pobreza

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