14 de septiembre de 2009

Sin recta intención, no hay equilibrio.


Colaboración de: Antonieta B. de De Hoyos

Para las generaciones pasadas el equilibrio emocional de las personas estuvo basado en la recta intención de las acciones realizadas o por realizar. Papá y mamá estuvieron atentos a que aprendiéramos que todo momento vivido es bello, constructivo, trascendente; que la opulencia, la escasez, el amor, el desamor, la compañía, la soledad y cualquier otra situación que se presentara era buena, lo fundamental era recibirla como consecuencia de un acto realizado con recta intención.

Vino esto a mi memoria por todo lo que escucho, miro y percibo en las personas que me rodean, incluso en actos impensados que yo misma realizo. Es una realidad, la difícil convivencia dentro de los hogares, la relación entre padres e hijos, matrimonios, novios, amigos; compañeros de trabajo, de apostolado, en los clubes de servicio social, etcétera. De acuerdo con investigadores, la gente de hoy se comunica con mayor frecuencia que antes, suscitan largas conversaciones en reuniones improvisadas de café, por celular, teléfonos fijos, internet, chat, facebook y cuanta innovación en este rubro se oferte. Lo lamentable es que de acuerdo a este sondeo, un alto porcentaje de estas pláticas son paja, resultan insulsas, no estimulan el crecimiento emocional, intelectual ni afectivo del interlocutor, por el contrario son una pérdida de tiempo, estimulan el ocio y los malos pensamientos y lo peor, que al término de estas charlas, todos quedan con el alma vacía.

La indagación profundiza y señala este comportamiento aparentemente indiferente, como una coraza que no permite compartir sentimientos. La desconfianza en el ambiente es enorme, siempre se está a la expectativa, imposible abrirse al amor en estas circunstancias.

Pero es razonable esta actitud - gracias a Dios aún no generalizada- porque muchas de estas personas no aprendieron, ni practicaron durante su niñez y adolescencia la recta intención, nadie les enseñó la diferencia entre el gozo de servir y el egoísmo de servirse. Desafortunadamente esta moderna manera de ser ha traído como consecuencia la indiferencia total hacia lo que a otros suceda. En nombre de una privacidad extrema, del egoísmo enajenante, rompimos el equilibrio. El calor humano se apagó…si eres mi sustento lloraré tu ausencia, si no, borraré tu recuerdo. Pero, ¿cómo queremos que permanezcan unidas las parejas, las familias, los gobiernos, las empresas, la sociedad misma?, si ya no hay semejante. ¿Dónde quedó el hombro que contenía mi llanto? ¿Dónde está mi hermano, mi amigo?

Durante treinta años apoyé mi cabeza en el regazo de mi madre para desahogar penas y alegrías, jamás desconfié, sabía que ella vivía la rectitud de intención que me había inculcado. Es una lástima que éste equilibrio de amor se esté perdiendo, nos ahorraríamos cientos de suicidios juveniles, asesinatos pasionales, SIDA, adicción a las drogas, el alcohol y el sexo.

Antonieta B. de De Hoyos.........septiembre 09/09

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