19 de julio de 2009

Imposible olvidar sus inocentes y profundos, ojos azules.


Colaboracion de: Antonieta B. de De Hoyos.

Hace algunos días recibimos a través de la televisión, la dolorosa noticia de que dos hombres jóvenes habían sido brutalmente asesinados en el Estado de Chihuahua.

Este lamentable suceso hubiera pasado desapercibido, si tomamos en cuenta la situación por la que atraviesa el país en esa lucha fuera de control, que desde hace varios años ha emprendido el gobierno contra el crimen organizado. Lo peculiar en este caso, es que se trata de personas honestas, trabajadoras, dedicadas a su familia y a las arduas tareas del campo; pertenecientes a una Comunidad Mormona, doctrina religiosa que se ha ganado el respeto y la admiración del mundo, por la fidelidad a sus principios.

Esta vez, lo mejor y más productivo que podemos hacer como sociedad, es detener la marcha consumista y hedonista que tanto desprestigia nuestro quehacer diario. Urge que observemos con detenimiento y sin tapujos, el modo indirecto en que contribuimos, para que estos terribles acontecimientos hoy se consideren comunes.

Pensemos en ese atolondrado momento en el que se dejan de lado los sentimientos que humanizan y la fe que protege. En ese en el que orillados por las circunstancias, se tomó la decisión de convertirse en maquina de poder, de dinero y de placer.

Sería muy torpe de nuestra parte pensar que esos sicarios a los que tanto tememos, no nacieron igual que todos del vientre de una mujer, concebidos por dos personas; con o sin un padre guía; con o sin los cuidados de una madre amorosa; rodeados de una familia humilde o acaudalada, que les prodigara la fuerza necesaria para crecer y dar buenos frutos en el jardín de Dios.

Pero lo realmente cierto, es que las malas acciones disminuirán hasta que las buenas les superen; cambio social imposible de realizar mientras la televisión barata siga enviando mensajes nocivos y promoviendo conductas incorrectas, al interior de los hogares. Inútiles yacerán esos millones de casquillos de balas, culpables de la derrama de sangre y del llanto, que hoy humedece la fértil tierra de nuestro país.

Escribo lo anterior porque no he podido borrar de mi mente los profundos, tristes y desconcertados ojos azules de un niño mormón de escasos tres años, que en brazos de su madre asistió a este funeral. Dos veces el camarógrafo tomó su carita, su rostro infantil denotaba confusión, pareciera que no alcanzaba a comprender el por qué del llanto colectivo, si hacía apenas unas horas todo era alegría.

Imaginemos que nosotros somos ese niño, ó uno de los millones que alrededor del mundo segundo a segundo pierde a su ser más querido; el que le protege, le alimenta y ama, a causa de la pobreza extrema, del hambre, la guerra, el narcotráfico, la corrupción, etcétera, ¿Qué sentiríamos?

Alejemos a los niños lo más que podamos de los noticieros, caricaturas inmorales, películas vulgares, revistas pornográficas, lenguaje profano, malas amistades. Intentemos hasta lo imposible, porque su infancia sea ese tiempo de calidad, que le sirva para contrarrestar la maldad del mundo, en sus años postreros.

Antonieta B. de De Hoyos..... Julio 15/09

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