25 de marzo de 2012

El tercer acto de la vida.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

Cuando escuché la disertación de Jane Fonda, no pude evitar el sentirme aludida porque hablaba de aquellas personas que cuando llegan a los sesenta años, pierden de momento su seguridad y se entristecen. Ella dice que en el siglo que terminó, la humanidad ha vivido muchas revoluciones de las cuales, la más importante es la revolución de la longevidad, no en balde ahora se vive un promedio de 34 años más que nuestros antepasados.

Menciona, que en la actualidad se sigue midiendo la edad como una curva tipo arco, dónde la edad comienza cuando se nace, tiene su pico más alto en la mediana edad, para después descender  y llegar a la decrepitud, considerándose la edad como una enfermedad.

Para evaluar el envejecimiento, existe una metáfora más apropiada denominada “la escalera”. Esta es una escalera en la que se sube peldaño a peldaño, por año vivido, pero junto con el cuerpo asciende el espíritu humano que nos brinda sabiduría, integridad y autenticidad.

La edad no es una enfermedad es un potencial propio, cada uno lo posee sin distinción, aquí no hay afortunados. Razón por la que muchas personas mayores de cincuenta años, se sienten mejor que antes, están menos estresadas ​​y son menos hostiles, menos ansiosos. 

Esta es una etapa en la que vemos las cosas que tenemos en común y no las diferencias, incluso se asegura que somos más felices. Porque cuando ya está uno dentro de la vejez, en lugar de mirar lo que se derrumba y de sentir miedo de ir hacia afuera, nos damos cuenta de que ahora vivimos como verdaderamente somos. 

Dicen los expertos que una tercera parte de la vejez es de origen genético, es herencia de nuestros padres y al respecto no podemos modificar nada, pero quedan dos terceras partes en este tercer acto de la vida, que nos permite hacer de estos años todo un éxito y marcar la diferencia.

Todo en este mundo va hacia el deterioro, a la decadencia, solo hay algo que reafirma la excepción de la regla y ese es el espíritu humano; éste puede continuar evolucionando hacia arriba, hasta llegar bien fortalecido al último peldaño de la escalera, dándonos sabiduría, integridad y autenticidad.

Somos seres privilegiados porque nacemos con este espíritu, pero a veces lo oprimimos ante los retos  de la vida, de la violencia, del abuso y de la negligencia, incapacitándonos para amar más allá, de la forma en que lo hace el mundo. 

Para saber a dónde voy después de cumplir los sesenta, necesito saber de dónde vengo, repasar los dos primeros actos, “hacer una revisión de vida”. Dejar de pensar en culpas, perdonar y perdonarse a sí mismo. Liberarse del pasado es la función del tercer acto. La felicidad no está en tener experiencias que nos hacen sabios, sino en reflexionar sobre las experiencias que hemos tenido lo que nos hace sabios. En nuestro tercer acto podemos encontrar mayor gozo que en los anteriores…, si marcamos nosotros la diferencia.

No hay comentarios: