18 de agosto de 2011

Nuevos niños

Por: Rosaura Barahona


A menudo nuestra arrogancia nos juega una mala pasada y nos hace creer que ya nada podrá asustarnos ni quitarnos el hipo.

Sin embargo, una amiga me envía un link de YouTube y me pide ver el video con atención. Lo vi y el hipo se me quitó. Usted puede buscarlo bajo el título "De Amor se Vive, una película de Silvano Agosti". Es de 1984, pero hasta ahora lo conocemos gracias a la red.

Quienes trabajamos en el campo de la educación debemos estar siempre atentos a los descubrimientos o novedades respecto al ser humano. Los científicos siguen aprendiendo cómo funciona el cerebro en relación a cómo se creyó, por siglos, que funcionaba y eso nos obliga a revisar todo: desde el tamaño y la organización del aula hasta los recursos y los medios de enseñanza-aprendizaje pasando por nuestro concepto de educación, maestro, niño y adolescente.

Los niños en todo el mundo han cambiado y siguen cambiando. Insistir en tratarlos como a sus abuelos es absurdo e inútil... pero en algunos casos se sigue haciendo.

En ese cortometraje aparece un chico de 9 años y explica que los niños desean lo mismo que los adultos. Responde a las preguntas del director con un lenguaje y una mentalidad de adulto difíciles de explicar.

No se trata de un niño de la calle ni abandonado ni descuidado, sino de un niño inteligente, precoz, articulado y seguro de sí mismo. Hoy debe tener 37 años.

¿En dónde obtuvo toda esa información, cuándo aprendió a expresarse de ese modo, cómo habrá sido a los 12, 16, 20 años? ¿Siguió en la escuela a la que consideraba "aburrida, aburrida"? (Y debe haberlo sido ante sus intereses y expectativas de ese momento). ¿Habrá logrado un equilibrio entre su precocidad sexual, su desarrollo cognitivo y su evolución física y emocional? De ser así, ¿cómo se logró?

Son preguntas difíciles porque incluso hoy no sabemos cómo responderlas, a menos, claro, que creamos tener la verdad absoluta en la mano. De ser así, descalificaríamos esto como una mera curiosidad que no merece mayor atención e insistiríamos en que los niños siguen siendo los mismos de siempre y, por lo tanto, debemos tratarlos como antes.

Nuestros mecanismos de defensa empezarán a funcionar en automático y nos dirán que esos niños (porque son varios, no sólo el del video) fueron excepcionales, enfermos y, además, europeos (italiano, en este caso). Aquí (suspiraremos aliviados) todavía no son así ni (cruzaremos los dedos) lo serán.

Ningún país es ya una isla en el mundo. Si la globalización trajo cosas positivas, también trajo otras negativas. Gracias a ella, los niños y adolescentes se parecen más en todo el mundo interconectado (el área rural sigue como en siglo 16).

También gracias a ella, a menudo los adultos nos uniformamos, usamos clichés muy parecidos y definimos la escala de valores en función de nuestra imagen social y mediática.

Quizá nuestros niños no sean tan articulados como ese chico italiano, pero las inquietudes de muchos son similares y nos exigen poner atención. Por ejemplo, la investigadora Josefina Rodríguez Corona me envía las cifras y datos de los embarazos a nivel nacional y estatal en base a los resultados del Censo de Población y Vivienda 2010 de INEGI.

Hay cerca de 8 mil niñas de 12 a 14 años y otras 800 mil entre 15 y 19 que ya son madres. Una de cada tres embarazadas en Nuevo León es adolescente. Para efectos de la OMS, la adolescencia va de los 10 a los 19 años.

Entre el niño italiano y una embarazada de 10 años hay sólo un año de diferencia. Quizá nuestra niña no ha pasado por ese proceso de reflexión; quizá su embarazo es resultado de la violencia; quizá exploró lo sexual por curiosidad sin saber lo que hacía o quizá lo sabía perfectamente. No sabemos. La pregunta es: ¿queremos saberlo?

Ésa es la parte difícil para los adultos. Si asumimos nuestra posición de jueces y aseguramos saber por qué pasan estas cosas y cómo resolverlas, todo seguirá empeorando. Me parece que con gran humildad intelectual y afectiva debemos aprender a ver a los niños y adolescentes bajo una nueva luz, a escucharlos, a tratar de entenderlos y a replantear nuestro papel en relación con ellos.

Si queremos seguir acompañándolos en su proceso de crecimiento, debemos tener muy claro que el cambio más importante en ellos no es su habilidad para usar la iPad ni la tecnología de punta.

Los nuevos niños exigen nuevos adultos. ¿En dónde están?


Fuente: El Norte

Con autorización de la autora

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