14 de enero de 2011

Sacando cuentas, estamos bien.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

No soy afecta a la televisión ni al cine, si he de ser sincera mis mejores momentos los he pasado leyendo buenos y regulares libros, entretenidas revistas y periódicos, hasta lo que la gente llama literatura comercial y pasatiempos, por eso cuando tengo un tiempito libre; la tele y su control se convierten en mi mejor diversión, juego con este pequeño artefacto recorriendo todos los canales disponibles, y si encuentro algo que capte mi atención, lo detengo por unos instantes, los necesarios para darme cuenta si vale la pena gastar en ello, los siguientes minutos.

La televisión española es mi favorita porque presenta programas de entretenimiento en los que difunde su cultura, también algunos espacios de actualidad donde muestra el deterioro del medio ambiente y la lucha que entablan sociedad y gobierno en su recuperación, los noticieros dirigidos por mujeres instruidas y finamente vestidas, son amenos y formativos, a pesar de exponer las dificultades a veces graves, que se presentan en la cotidianidad de la sociedad española.

Es a través de estos últimos, que pude comparar la forma de vida y las circunstancias adversas que padecemos en México, con las de ese país al otro lado del mar, y no me quedó otra que reconocer la generosidad de Dios para con nosotros.

Para comenzar, la mayoría de las personas de clase media-baja, tiene una vivienda de escasos metros cuadrados, apilada en cerros, edificada hacia arriba, por lo regular de dos o tres pisos bastante reducidos, en terrenos de alto riesgo y además tratando de construir un sótano que les permita otra habitación. Los de la media alta, buscan alojamiento en lujosos condominios de quince pisos o más, aguantando mil y una incomodidades.

He podido ver las lagrimas en los ojos de los pensionados y jubilados que no completan su sustento, lo viejo de muchas construcciones, los cortos caminos que unen a los pueblos, destruidos por las inundaciones, fenómenos naturales que acaban con su patrimonio y los condenan a vivir entre el agua, el frio, la nieve, por semanas enteras. Lo indigente de sus servicios médicos, su incierta economía ante el desempleo adulto y juvenil, lo caro de la vida, el desapego familiar, la escasez de alimentos, las quejas continuas contra los gobiernos corruptos y por si esto fuera poco, su lucha eterna contra el terrorismo denominado ETA.

El quejarnos de la situación actual y buscar culpables no es la solución, el agredirse públicamente entre los partidos políticos tampoco, el soñar con el súper hombre demagogo que nos regresará la calidad de vida de antaño, menos. Si no cambiamos, nada cambia.

Como primer paso: controlar la natalidad, ni un solo hijo por placer o costumbre (somos muchos y producimos poco), romper con los vicios alimenticios, de holgazanería, de ignorancia y despilfarro. Retomar valores como la laboriosidad, la honradez, la responsabilidad, la sobriedad. Levantarnos temprano y trabajar hasta que el sol se ponga, con alegría sin refunfuños. Pero sobre todo disfrutar a plenitud lo que se tenga y agradecer siempre con amor las bendiciones recibidas.

Saqué la cuenta y estamos mejor.

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