25 de septiembre de 2010

Firme deber, el enseñar a agradecer.

Por: Antonieta B. de De Hoyos

Todos en alguna ocasión, hemos sentido la inquietud de manifestar a Dios y a nuestros semejantes el agradecimiento. Porque cuanto más agradecidos somos, mas bienes obtenemos y al decir bienes no me refiero solo a los materiales. ¿Que sientes cuando das un regalo y la persona que lo recibe pone cara de desilusión o dice: "esto ya lo tengo" o "no me gusta"?, seguro que no volverás a hacerlo, pero si por el contrario, ves que sus ojos brillan de alegría y se muestra agradecido, entonces cada vez que veas algo que imaginas le gustaría tener, tratarás de regalárselo, sin importar el que le haga falta o no.

La gratitud produce cosas que debemos reconocer; aumenta la abundancia, la alegría, el amor al prójimo y a Dios; la ingratitud y la queja provocan tristeza, resentimiento, soledad, impiden el crecimiento personal. Para los quejumbrosos nada bueno tiene la vida, no disfrutan lo que poseen, ni se dan cuenta de que otros tienen menos. Solo refunfuñan, pelean y critican a las personas que probablemente sean las únicas, que los quieren de verdad.

Si pensamos en todo lo que no tenemos y argüimos que solo seremos felices al tenerlas, dejamos de vivir, nos amargamos y sucede lo peor, la vida nos devuelve lo que le damos. Lo ideal sería que nos enseñaran desde niños a decir: "Gracias Dios mío por todo lo que me das”: vida, salud, familia, valor para superar la adversidad. Gracias, mil veces gracias porque me ofreces lo bueno y lo malo, para que elija lo que considere bueno.

¿Y lo malo? Eso lo olvidé o no tuve tiempo de ocuparme de él. Porque Gracias a Dios me enseñaron a ser feliz con lo mucho o poco que tengo y con los regalos que recibo de Él. La vida está llena de contrariedades y es humano que en esos momentos lloremos, nos angustiemos y desesperemos, pero siempre con la esperanza de que pronto llegará la calma.

El ser agradecido da poder. ¿Qué poder? el poder de convertir las dificultades en oportunidades, los problemas en soluciones, las pérdidas en ganancias y el estar rodeado de gente que nos hace feliz.

Hace unos días, presencié la ceremonia religiosa de una joven y modesta quinceañera, misma que captó mi atención cuando el sacerdote le preguntó ¿sabes por qué estás aquí? al no obtener respuesta le preguntó de nuevo ¿sabes dar las gracias? lo que ella negó con un ligero movimiento de cabeza. Desconcertado el sacerdote insistió ¿alguien te enseñó a agradecer?, a lo que contestó con timidez… “nadie”. En aquel momento, el oficiante comenzó a enumerarle todos los dones y bienes que ha su corta edad, ya el Creador le había regalado.

Esta inusual conversación, me llevó a pensar en la cantidad de niños y niñas que alrededor del mundo, se convierten en adultos sin aprender a agradecer a Dios y a sus padres lo recibido. Los profesionales afirman, que si la persona no sabe agradecer, su espíritu no se fortalece, se debilita, orillándole a reunirse con gente sin escrúpulos en los momentos hostiles. Seamos ejemplo de gratitud a Dios por el don de la vida y reconozcamos también ese gran esfuerzo que realizan los que nos aman, para que nuestra vida transcurra serena y feliz a pesar de los infortunios.

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