28 de agosto de 2010

El que ama, no daña.


Colaboración de: Antonieta B. de De Hoyos

La adopción de niños siempre ha sido complicada y lenta hasta lo inaceptable, afirmo lo anterior porque a través de los años he tenido la oportunidad de escuchar, no uno sino varios testimonios de parejas de matrimonios heterosexuales y casados por las dos leyes; a los que la naturaleza les ha negado toda posibilidad de engendrar, el calvario que deben sufrir para lograr la adopción de un pequeño. Ha habido casos, en que la desesperación lleva a la pareja a formalizar un acuerdo entre médico y parturienta, para que en el momento del alumbramiento ellos estén presentes y llenen de inmediato los papeles oficiales, como padres biológicos.

México es uno de los países que exige mayores requisitos a las parejas que desean adoptar, pero por más acopladas y estables que se muestren, por muy buena que sea su situación económica y por reconocido que sea su prestigio, deben responder infinidad de cuestionarios y esperar a veces meses y años para que su deseo sea concedido. En la actualidad las parejas pudientes, salen al extranjero y de tierras lejanas traen perfectamente legalizado, el niño anhelado.

Desafortunadamente alrededor del mundo se está experimentando un doloroso fenómeno, millones de niños están cayendo en la orfandad por diferentes causas; accidentes de tránsito, desastres por el cambio climático, guerras, narcotráfico, pobreza extrema.

En el primer mundo se organizan orfelinatos lindos y acogedores, pero aún así no son garantía contra la discriminación que puedan sufrir, en manos de sus cuidadores. En los pueblos en vía de desarrollo a los gobiernos les es imposible atenderlos como se merecen, pues dedican todo su esfuerzo a la política, al desarrollo económico y a embellecer ciudades. Y en el tercer mundo, nadie aunque quisiera puede hacerse cargo del huérfano, si acaso le comparten un trozo de pan y un techo, lo que no evita que muera en corto tiempo por hambre, deshidratación, abusos físicos y sexuales. Aun recuerdo aquel documental que mostraba la forma en que sobreviven miles de niños, niñas y adolescentes en el Distrito Federal, criaturas que hacen de los canales subterráneos de desagüe su casa y de una alcantarilla la puerta principal. Desnutridos, sucios, enfermos, adictos a drogas o inhalantes y lo más triste, alguna de ellas preñada.

¿De dónde surgieron estos niños?...sin lugar a dudas de una relación sexual sin amor e irresponsable, de adultos que nos les tienden la mano en su soledad, de un gobierno que no les ampara. Ellos son consecuencia de la pobreza de cuerpo y espíritu de quienes les rodean, esos que cuando les ven se santiguan y les dan la espalda.

Es una obligación moral adoptar a un niño (a) en el desamparo y protegerlo. El problema radica en el desamor, estamos convertidos en autómatas, egoístas, ególatras, hedonistas. Esta lucha en los tribunales de permitir o no permitir la adopción, es la tapa que cubre la inconsciencia de quienes han decidido despojarse de su humanidad. Hoy nos rige la ambición, la falta de respeto, la indiferencia, el ateísmo.

Creo con firmeza que adoptar es una acción de inconmensurable bondad que Dios premia gustoso sin tomar en cuenta diferencias. Lo único que pide es un corazón comprometido en el amor, un ser que se esmere en ofrecer a su creación, lo que Él prevé como una infancia y adolescencia en armonía, para que en la adultez, le sea fácil encontrar el camino hacia la eternidad.

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