14 de junio de 2010

El Libro...


Ahí estuvo por más de 3 años. Esperando pacientemente que lo tomara en mis manos y dejando a un lado mi socarronería, lo leyera de un golpe.

Ese libro como tantos otros que tengo en mi casa, fue regalado a mi esposa por una de nuestras hijas que gracias a Dios son fanáticas de la lectura, y después de haberlo disfrutado, ella me lo recomendó insistente y ampliamente. Nunca le dije que no lo leería, pero siempre lo dejaba para después. No bien iniciaba su lectura, cuando otros libros mucho más grandes y con temas algunas veces insignificantes hicieron que lo dejara a un lado. Ahí se quedaba el mostrando su lealtad familiar.

Porque será uno así? ¿Por qué cuando un ser querido nos recomienda hacer una cosa dudamos del beneficio que nos traerá o del problema que nos evitara y hacemos caso inmediato a las recomendaciones de los amigos, de una revista, de internet o de un comercial? ¿Por qué cuando de lectura se trata buscamos lo que nos divierte, en vez de lo que nos nutra espiritual o culturalmente?

Siempre he sostenido que todos los libros son buenos. Inclusive aquellos que contienen hechos y datos que ofenden a las buenas costumbres. Esos no llegaran a ser obras de arte, o best sellers, pero tienen información que de canalizarlas adecuadamente y con mente abierta, nos ayudan a tener una mejor visión de las cosas. Confieso que me gustan los best sellers de investigación y con temas de interés, los libros de política, las novelas de autores reconocidos y sobre todo las historias de hechos de vidas reales. Los libros con contenido sentimental me hacen sufrir hasta el llanto, así que normalmente les saco la vuelta y los libros con temas de superación personal y esas cosas, me dan una flojera tremenda.

Aburrido por la mala calidad de futbol que se juega en este mundial me dispuse a leer durante las transmisiones, con el fin de hacer algo de provecho en las 2 horas que dura un partido de esos. Busque algunos libros que compre hace unas semanas que no había ni siquiera abierto, pero no se me antojo ninguno. Mientras eso hacía, apretujado entre aquellos libros de 500 páginas el pequeño libro que me recomendó mi señora pareció decirme, “pssst, aquí estoy, esperándote, ingrato”. Lo saque de su apretado lugar y lo rescate del olvido. Sabía que este tendría un tema de interés familiar y que mi corazón de pasa de uva me haría tragar saliva a cada rato, pero me arriesgue como pago a mi injusto desinterés por él. Dada la excelente costumbre de mi esposa, pude leer lo que ella escribió en la primera página de ese libro tal y como lo hace en cada libro que lee, “inicie la lectura el 17 de noviembre del 2006” decía.

Desde la primera página me cautivo. En cada una de ellas habita un mensaje lleno de sinceridad, de amor, arrepentimiento y verdad. Historia real contada en prosa sencilla, sin nudos literarios y con el ánimo sincero de compartir la experiencia vivida.

Viven con nosotros más libros de ese tipo. Esperan su turno.

Nos vemos…

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