Por: Antonieta B. de De Hoyos
La verdad es que nunca pensé que los vaticinios Mayas estuvieran equivocados, su sabiduría como cultura, es reconocida desde hace muchos años por eminentes científicos del mundo. Lo que si me preocupó, fue el enorme temor que se generó en la gente, a través de la publicación de cientos de reportajes sin fundamento.
Como coincidencia, el viernes 21 de diciembre, recibí la triste noticia de que mi nieta Andrealucía, que radica en Estados Unidos se había roto su bracito derecho. Entre tantas llamadas me enteré de que habían contactado a un médico de prestigio, para que le realizara la operación indispensable. Como todos los días y las noches, esta vez también había encomendado a Dios a toda mi familia, por eso sabía que no iban a estar desamparados. A las cinco de la tarde mi nietecita entraría a quirófano, le practicarían una cirugía que duraría en promedio una hora.
De inmediato encendí mi cirio bendito, ese que conservo para situaciones extremas; a su lado coloqué la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que perteneció a mi abuela Agripina. Me senté en la alfombra y comencé a rezar el Santo Rosario, era viernes, correspondían los Misterios Dolorosos. Creo que en esos instantes de profunda oración, mi alma se elevó hasta el Creador, sentí como nunca cada una de las frases y de las oraciones pronunciadas, lo recé despacio, sin prisas, con toda la fe que corre por mis venas. Hablé con Dios, me encomendé a Jesucristo y le supliqué que intercediera por mi niña. Me tardé casi una hora, el tiempo justo en el que se daría por terminada la intervención. Esperé intentando tranquilizarme, a que llegara la llamada que me informara los resultados.
Cerca de las nueve de la noche, escuché la voz de mi nuera que me decía que todo había salido perfecto, que resultó menos complicado de lo que se esperaba, que no habían tenido que pasar la noche en el hospital y que, en esos momentos ya estaban en casa. Apagué mi veladora y di Gracias a Dios.
Al anochecer vi en el noticiero nacional, la multitud que se reunió en el territorio Maya en México y Guatemala, para recibir la energía sagrada, así como las entrevistas que los reporteros hicieron a los visitantes. Todos sin excepción, estuvieron de acuerdo en que no se vaticinaba el fin del mundo, sino el de una era materialista, lo que permitiría de inmediato el cambio social anhelado.
Me impactó la manera como los ahí presentes sonreían y alzaban sus brazos, intentando llenarse de la esperanza y el amor divino. Recordé mi experiencia religiosa de esa tarde y la comparé con la de aquellas miles de personas, que acudieron con el único fin de sentir la presencia divina. Este año que está por iniciar fortalezcamos nuestra fe, y gocemos de la presencia de Dios en donde quiera que estemos, y en el preciso momento que lo imploremos.