Por: Antonieta B. de De Hoyos
Muchos
adultos mayores, recordamos con nostalgia aquellas noches en las que cuando éramos
pequeños no podíamos dormir, y nuestra madre después de contarnos un hermoso
cuento, nos pedía que nos arrodilláramos al pie de la cama para rezar el
tradicional “Ángel de mi guarda”. Era una bella costumbre que serenaba al
inquieto chiquillo y le permitía conciliar el sueño. ¿Pero porque hoy ya no lo
hacen los padres, en especial la madre? Pudiera ser por inexperiencia, o porque sus padres no lo
hicieron con ellos.
Si
el adulto rezara con su niño por las noches, seguro que habría menos jóvenes
dentro de las bandas delincuenciales, menos asesinos juveniles, disminuirían
los adictos al alcohol, las drogas, el juego y la corrupción. Este caos familiar y social es el resultado de
una deficiente educación moral y espiritual en los vitales primeros años.
En
la actualidad los asistentes a las misas o cultos religiosos, son en su mayoría
personas adultas y de la tercera edad, solo una minoría son niños, adolescentes
y jóvenes, que escuchan con atención la Palabra de Dios y las indicaciones del
sacerdote o pastor. Esta negligencia paterna, conduce a que los niños no sepan
orar, ni comunicarse con Dios, ni con sus padres.
Educar
en la oración es fácil, lo único que se requiere es constancia y un inmenso
amor por los hijos; si este bello propósito se hiciera realidad esta navidad,
estoy segura de que éste, sería el más trascendental de los regalos. Urge
retomar la armonía social y hogareña. No busquemos oraciones complicadas, usemos
lo más sencillo, lo más natural; dejemos que los niños hablen de lo que tienen
en su inocente corazón.
Como
apoyo a esta actividad se puede poner en un lugar visible de la recámara o de la
casa, un cuadro de María con Jesús en brazos, o el clásico Ángel guardián que
protege a una parejita de niños, cuando van cruzando un puente. Sería un bonito
regalo de abuelos y padrinos.
Percibir
la presencia divina desde la infancia, infunde en la persona una enorme seguridad
para los años venideros. Obra inolvidable de amor hacia el Creador. Tener el
privilegio de vivir en compañía de Dios, ayuda a cometer menos errores y a
gozar de la fortaleza necesaria, para superar la adversidad cuando esta se presenta,
en forma de un divorcio, la muerte de un ser querido, el desempleo, el abandono,
o la enfermedad.
Orar,
es elevar el alma a Dios, es platicar con Él, es estar convencido de que está
contigo. Alabar, suplicar, agradecer, pedir perdón por las faltas cometidas, purifica
el organismo. Acostumbrar desde niño a pedir por los demás, hace del corazón
una fuente eterna de generosidad.
La
primera actividad evangelizadora de los padres, es enseñar a orar a los hijos:
es el primer catecismo de sus niños, su primera conversación con Dios; pero
sobre todo el mejor hábito que podrán inculcarles y que les servirá de mucho, en
su arduo camino de salvación.
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