Por: Antonieta B. De De Hoyos
Leyendo varios artículos relacionados con el estado de salud del ser humano y sus creencias mágicas y religiosas, me enteré que desde tiempo inmemorial, se pensaba que las enfermedades eran provocadas por las fuerzas del mal, y que estas podían postrar a la persona hasta la muerte. Y fue precisamente la necesidad de contrarrestar al mal, por lo que surgieron las danzas, sacrificios y celebraciones místicas.
Según los hebreos era el pecado, la mala conducta lo que provocaba la enfermedad, por eso Jesús en su predicación invitaba a la conversión y después de sanar a algún enfermo decía: “Vete y no vuelvas a pecar”. En la actualidad le tenemos miedo a la palabra pecado, preferimos llamarlo error, actitud comodina que conduce a la indiferencia casi total, de todo lo que implique sacrificio en pro de la salud, física, mental y espiritual.
Los modernos medios informativos permiten recibir con mayor rapidez las noticias, el más solicitado es el internet, el problema es que muchas de estas noticias son tan desagradables, que a veces es preferirle no conocerlas, porque son deprimentes y desgastan el alma. La nota de hoy, es la aparición de una nueva droga que no solo embrutece, sino también carcome en menos de dos años el organismo, desde la piel hasta los músculos y huesos. Esta malévola sustancia es barata y contiene entre otras cosas gasolina, se llama “Krokodil”
Mi curiosidad me llevó a encontrar la fotografía de una joven adicta a esta droga…! Dios mío! En todos los años que el Creador me ha permitido vivir, nunca había visto algo semejante, salvo cuando leí en mi juventud el pasaje bíblico de los leprosos. No cabe duda que en este tercer milenio el demonio alcanzó su meta: desalentar a la humanidad hasta llevarla a su autodestrucción.
Es cierto que hay ocasiones en que la existencia se oscurece, cuando las malas amistades corrompen las buenas costumbres, momentos difíciles en que solo la persona con una fe inquebrantable, puede superar la desgracia, orientación que deben dar los padres a sus hijos desde los primeros años. Esta Nochebuena, unamos nuestras voces en una sola plegaria: “Que el traficante y el adicto, Señor reconsideren su conducta y que nosotros dejemos de ser pasivos, para que con amor cristiano, ayudemos a salvar lo que aún puede ser rescatado”. Amén.
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