Por Antonieta B. de De Hoyos
Yo no entiendo de estrategias políticas, lo único que sé y que he constatado al paso de los años, es que los diferentes medios de comunicación han estado y están de manera incondicional, al servicio de estas, así se obtengan de ellas buenos, mediocres o malos resultados.
Por eso, no me sorprendió que de unos meses a la fecha, se haya iniciado una intensa campaña a nivel nacional, de difusión de reportajes y entrevistas a políticos y funcionarios gubernamentales destacados, aludiendo el añejo tema de la pobreza extrema en México.
Desde que tengo uso de razón las estadísticas anuales la reconocen, por eso se organizan brigadas federales, estatales y municipales que van a los lugares más remotos del campo, del desierto y de las serranías, a ofrecer servicios de salud, alimento, educación y otras bondades con el firme propósito de disminuirla.
Hace algunas décadas las cosas cambiaron, los gobiernos se olvidaron de favorecer al campo, obligando a los campesinos, a emigrar junto con sus familias a las grandes ciudades en busca de trabajo y comida. La pobreza antes situada en regiones lejanas, se asentó en las orillas y a veces hasta en el mismo centro de las poblaciones. Pronto se volvió común, ver mujeres con sus pequeños hijos amarrados a sus espaldas vendiendo lo que fuera, y hombres ofrecerse como jornaleros.
Dicen los que saben, que la pobreza en el mundo no debe existir, que el planeta puede sustentar a los 7 mil millones de habitantes y más, que el problema radica en la mala distribución de la riqueza y en la proliferación de gobernantes, políticos y empresarios, ultra ambiciosos.
Con tristeza leo casi a diario, noticias que oprimen el alma y agrietan el corazón: “Miles de personas, mujeres, niños y ancianos, mueren por hambre y enfermedad”; “Las epidemias cunden como consecuencia de la falta de agua potable y salubridad, en los lugares donde viven los más pobres de los pobres”; “Sufren de abuso sexual cientos de víctimas del hambre”. Las malas noticias continúan pero no pude seguir leyendo, la impotencia me paralizó.
Doy vuelta a la página del periódico y leo lo mismo que en internet; “Líderes Sindicales corruptos, familiares y protegidos despilfarran el dinero que no les pertenece, a la vez que disfrutan privilegios que ni la realeza posee”; “Políticos y legisladores dueños de mansiones, increíbles cuentas bancarias, ranchos, viajes de placer, yates, etc. además de su jugoso salario”.
Dice Albert Einstein: “El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad”. Si el delito de enriquecimiento inexplicable esta a la vista, ¿Por qué los encargados de impartir justicia no procesan? Rezo por los desvalidos pero también, por esos victimarios de cuello blanco que se autocondenan al fuego eterno.
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