Para una gran mayoría la única diversión gratuita y al alcance de la mano es la televisión, razón por la que pronto se convirtió en una prioridad familiar; preferencia social que aprovecharon algunas empresas para hacer su descomunal negocio con telenovelas y espacios publicitarios.
En décadas pasadas estas historias, ocupaban el horario nocturno seleccionado para la diversión de los adultos porque sus temas eran fuertes, no aptos para niños, adolescentes y jóvenes.
Pero cuando se descubrió, que la veta de oro estaba en los convincentes comerciales que veían las amas de casa, alcanzaron el éxito. Años más tarde, ocurrió un cambio inesperado, el poder de compra pasó a manos de los menores, fue entonces que los empresarios solicitaron la elaboración de telenovelas para el horario vespertino.
Estas entretenidas historias fueron por mucho tiempo un bálsamo cotidiano, desafortunadamente la falta de creatividad obligó a los autores a subir el tono de los diálogos y escenas, los malos ejemplos cundieron en todos los horarios.
A las niñas y mujeres actrices, se les obligó a usar un vestuario cada vez más extravagante y vulgar, las adultas hoy, casi desnudas protagonizan escenas eróticas. El lenguaje soez pasó del asombro momentáneo, a la aceptación como natural.
La práctica de la cirugía plástica discriminó mas a pobres y feos, la brecha social se ensanchó; el matrimonio de ser una bendición de Dios, quedó en el olvido al ponderarse el libertinaje. Los amasiatos ocuparon el honroso lugar de “amores verdaderos”. El chantaje, la mentira, la calumnia, el robo, la prostitución, el alcoholismo y demás errores humanos, dejaron de serlo gracias a la vigorosa influencia de la sociedad globalizada.
El abuso siempre ha existido y los medios de comunicación no han sido la excepción; primero fueron periódicos, libros y revistas, después las películas clasificadas por la jerarquía católica y por las autoridades civiles a través de la Secretaría de Gobernación, instituciones encargadas de preservar las buenas costumbres y tradiciones de la familia mexicana.
Con lo que no se contaba era con las telenovelas que se interiorizaron en los hogares, ahí ya quedamos a la deriva porque ninguna de estas institución intervino. Las buenas costumbres y los principios religiosos quedaron en manos de los ambiciosos dueños de la publicidad y del entretenimiento, sujetos a los que poco les interesa que las nuevas generaciones se corrompan.
Los estímulos son fuertes, incitan a la violencia y a los vicios como si fueran actos inofensivos. Es nuestra responsabilidad familiar y social, defender la integridad que pregonamos, y hacer llegar nuestras cartas a estas instituciones para que sepan que como sociedad, no estamos de acuerdo con esos mensajes que con premeditación, alevosía y ventaja se difunden.
Antonieta B. de De Hoyos 4/24/13
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