Por: Antonieta B. de De Hoyos
Fue
en 1978, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas designó esta fecha
para celebrar a las personas mayores de ochenta años, declarándolo Día
Internacional del anciano. Pero no
debemos confundirlo con la celebración de los abuelos, ya que estos pueden ser
jóvenes de cuarenta hasta adulto mayor, en cambio los ancianos tienen un
espacio más reducido, se inician a partir de los ochenta y dependiendo de su
estado de salud, pueden estar en la senectud o en la decrepitud hasta pasados
los cien años.
Gracias
a los descubrimientos de la ciencia, hoy existe una rama de la medicina
dedicada a la conservación de la salud integral de los ancianos, llamada
gerontología. La buena alimentación y los servicios de salud, han incrementado
el número de personas que rebasan los ochenta a plenitud, y que dedican su
tiempo a leer, conversar, viajar y orar.
La
mayoría de ellos han intuido que llevando una vida de fe, - y si Dios así lo
dispone - vivirán la época senil; pero no la temen, están dispuestos a
afrontarla apoyados en sus creencias cristianas, practicadas desde niños. Lo
que ninguno desea, es esa posibilidad de ser sometidos al “encarnizamiento
terapéutico” con el fin de prolongar una vida que ya no da más de sí.
La
vejez, es el punto ideal para contemplar la vida pasada pero con benevolencia,
oportunidad para hacer un balance de acuerdo a las capacidades de cada quien, y
a la fe que como creyente se profese al Padre, confiados en su amor e inmensa
misericordia.
La
entereza es en la vejez la virtud más apreciada, pues es en esos momentos de
mortificación, cuando se multiplica la paciencia. El sufrimiento es algo que va
junto con la vida, quien no sabe lo que es sufrir, no es persona completa.
Cuando
la fe ha sido firme, a la muerte se le ve venir sin miedo; si le tenemos pavor
es por las imágenes infernales que nos metieron en la cabeza cuando éramos
niños. La muerte para el anciano tiene un sentido amable, es como un cálido
descanso.
Aquel
que vivió una juventud dificultosa y tal vez una infancia desgraciada, puede
pensar que la ancianidad es el fin de todo, pero quien sembró bien, tendrá
buena cosecha. Es cierto que en esta
última etapa se piensa con más frecuencia en la muerte, pero con cordura, sin
ansiedad, a la luz de la fe que ilumina todo. Algunos investigadores dicen que
el asistir a misa, orar, estar en paz con la familia, ser casado o tener
pareja, hace más llevadero el camino.
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