Por: Antonieta B. de De Hoyos
Cuando escuché la disertación de Jane
Fonda, no pude evitar el sentirme aludida porque hablaba de aquellas personas
que cuando llegan a los sesenta años, pierden de momento su seguridad y se
entristecen. Ella dice que en el siglo que terminó, la humanidad ha vivido
muchas revoluciones de las cuales, la más importante es la revolución de la
longevidad, no en balde ahora se vive un promedio de 34 años más que nuestros
antepasados.
Menciona, que en la actualidad se
sigue midiendo la edad como una curva tipo arco, dónde la edad comienza cuando
se nace, tiene su pico más alto en la mediana edad, para después descender y llegar a la decrepitud, considerándose la
edad como una enfermedad.
Para evaluar el envejecimiento, existe
una metáfora más apropiada denominada “la escalera”. Esta es una escalera en la
que se sube peldaño a peldaño, por año vivido, pero junto con el cuerpo
asciende el espíritu humano que nos brinda sabiduría, integridad y
autenticidad.
La edad no es una enfermedad es un
potencial propio, cada uno lo posee sin distinción, aquí no hay afortunados.
Razón por la que muchas personas mayores de cincuenta años, se sienten mejor
que antes, están menos estresadas y son menos hostiles, menos ansiosos.
Esta
es una etapa en la que vemos las cosas que tenemos en común y no las
diferencias, incluso se asegura que somos más felices. Porque cuando ya está
uno dentro de la vejez, en lugar de mirar lo que se derrumba y de sentir miedo
de ir hacia afuera, nos damos cuenta de que ahora vivimos como verdaderamente
somos.
Dicen los expertos que una tercera
parte de la vejez es de origen genético, es herencia de nuestros padres y al
respecto no podemos modificar nada, pero quedan dos terceras partes en este
tercer acto de la vida, que nos permite hacer de estos años todo un éxito y
marcar la diferencia.
Todo en este mundo va hacia el
deterioro, a la decadencia, solo hay algo que reafirma la excepción de la regla
y ese es el espíritu humano; éste puede continuar evolucionando hacia arriba,
hasta llegar bien fortalecido al último peldaño de la escalera, dándonos
sabiduría, integridad y autenticidad.
Somos seres privilegiados porque
nacemos con este espíritu, pero a veces lo oprimimos ante los retos de la vida, de la violencia, del abuso y de
la negligencia, incapacitándonos para amar más allá, de la forma en que lo hace
el mundo.
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