Por: Antonieta B. de De Hoyos
Todos
en general, no dejamos de orar pidiendo para que la paz regrese a nuestro país,
a nuestro estado y a nuestra ciudad. Pedimos porque nuestras colonias vuelvan a
ser seguras, porque todo vuelva a la normalidad. Nos hemos dado cuenta que la
enfermedad y la carestía puede superarse, pero que el miedo, la angustia, el no
saber que va a pasar, el imaginar que a salto de mata aparezcan esos personajes
sin escrúpulos destruyendo familias, matrimonios, ilusiones; eso sí que daña el
alma y el cuerpo.
Ojalá
y estuviera en nuestras manos como sociedad, acabar con este paralizante lastre
del milenio, quizás si retomamos los valores familiares, inculcamos de nuevo el
respeto y el temor de Dios, exigimos resultados a las autoridades, lográramos disminuirlo;
pero mientras eso sucede, no estaría de más aprender a vivir a plenitud, tal
como lo hacían nuestros abuelos.
¿Qué significa plenitud? Totalidad, abundancia, desarrollo. Plenitud es
reconocer que de todos los momentos vividos durante el día, hay algunos que nos
da mayor satisfacción realizarlos, pero por las prisas no los percibimos, ni siquiera
los valoramos. Es necesario hacer conciencia en ellos, pues solo así podremos hacer
un balance de la cantidad enorme de cosas positivas que nos ofrece la vida. Por
ejemplo: la hora de la comida o del descanso, la plática agradable con la
pareja, el compartir con los hijos cuando estudian, el jugar juntos, el acudir
a una fiesta. Todos son momentos maravillosos que no tomamos en cuenta, no los
vemos como regalo divino.
Plenitud
es estar consciente de ese bello momento, de los resultados positivos que acarrea
y la forma en que estos contribuyen a nuestra realización personal, física,
intelectual, económica, social y espiritual. No es necesario salirnos de lo
cotidiano para sentir a plenitud, basta mentalizarla fugazmente, -existen y
existo- para reconocer la importancia de lo que estamos haciendo o el momento
que estamos viviendo.
Si
algo emociona o satisface, disfrútelo en la medida que lo sienta, no lo evite,
iría contra natura; ría, baile, cante, llore, ame, pero nunca tome decisiones importantes
mientras dure la emoción.
Es
indispensable vivir con intensidad las cosas buenas por pequeñas que sean, a
veces nos olvidamos del enorme valor que posee lo acostumbrado, lo que se vive
día a día, sin saber que son precisamente éstas sencillas cosas, las que nos tonifican
para cuando la adversidad se presente.
El momento de plenitud es aquel que disfrutamos
mucho, tanto que no quisiéramos que terminara; un sabroso pastel, un abrazo
amoroso, unas palabras dulces, la lluvia, el sol, la gente, las flores… ¡Qué
maravilla! Aminoremos el paso y no nos mortifiquemos por lo no alcanzado.
Agradezcamos a Dios por el instante y lo
recibido, gocemos del aquí y el ahora
cristiano, lo demás llegará a su tiempo, pero para entonces nuestra fe
estará fortalecida.
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