Por: Antonieta B. de De Hoyos
El próximo domingo
veintisiete del presente mes, todos los católicos cristianos daremos inicio a
la época de adviento. Tiempo de esperanza, de estar despiertos y vigilantes,
tiempo de cambiar la actitud para que la vida cristiana se ilumine. Tiempo de
aprender a vivir lo divino en lo humano.
Más no nos engañemos.
Cada uno de nosotros sabemos perfectamente cuáles son nuestros excesos y cuando
es la hora de despertar. Es por eso que todos los años en esta época, oímos que
es un tiempo de cambio y preparación, pero ¿acaso he cambiado algo en mi vida?,
¿cambié mi manera de pensar?, ¿de sentir?, ¿de ser? Cuando alguien se esfuerza
y logra el cambio, se le llama conversión.
La crítica situación
mundial, las experiencias terribles vividas en nuestro entorno, la destrucción
constante del medio ambiente; nos ha llevado a recordar las palabras de un Dios
que no se cansa de decirnos, ¡Sean fuertes, no teman! Lejos de ceder a la tristeza y al pesimismo,
alégrense siempre en Jesús que viene a salvar lo que esté perdido. ¿Estoy vigilante, atento, despierto, confiado
y preparado?
En familia crecemos y
aprendemos a ser mejores personas, por eso es indispensable desechar las malas conductas,
dejar de lado comilonas y borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de
pleitos y envidias, no permitamos que los compromisos terrenos nos impidan prepararnos
para le venida del Señor. ¿Presto atención a la manera como en casa nos
preparamos para recibir a Jesús? ¿Meditamos, nos arrepentimos, perdonamos,
oramos?
La preparación del
adviento nos lleva a arrepentirnos de no haber aprendido a querernos como
esposos, a darnos cuenta de que olvidamos que el vecino es el prójimo. A
arrepentirnos de pensar que el hambre, el desempleo, la miseria y la falta de
educación de los demás, es problema de otros y no mío. Nos lleva a reconocer que no apreciamos el
respeto y el cariño que merecen nuestros padres, a examinar con detenimiento la
deficiente instrucción religiosa que damos a nuestros hijos y los pocos ejemplos
con los que avalamos dicha instrucción.
En adviento nos damos
cuenta que Cristo no vino a hacer ricos a los pobres, a ellos les anunció su
Evangelio. No vino a librarnos de los déspotas, sino de la opresión del pecado;
no vino a librarnos de la cruz, sino a darnos fuerzas para tomarla y seguirle.
No vino a que todos los cojos, ciegos, sordos, leprosos y muertos; anduvieran,
oyeran, vieran, quedaran limpios y resucitaran. Sino a que todos los que
estamos en pie, en una posición mejor, anduviéramos; los que tenemos cerrados
los ojos a las necesidades de los demás, viéramos; los que estamos sordos a los
problemas ajenos, oyéramos; y los cubiertos de lepra del pecado, quedáramos
limpios y resucitáramos a una auténtica
vida cristiana.
Deseo que este tiempo
de adviento sea el más provechoso para todos, que nuestras familias permanezcan
unidas, que nuestro espíritu de servicio se acreciente, que deseemos menos y
disfrutemos mas lo que tenemos, que sepamos perdonar, que no guardemos rencor,
que el amor reine en los hogares para
que siempre tenga un lugarcito el
desamparado. Recapacitar en lo anterior,
es saber vivir el Adviento.
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