Por: Antonieta B. de De Hoyos
Eran
divertidas, presentaban bellos paisajes y pueblos pintorescos, elegantes
mansiones y portentosos edificios, haciéndonos sentir habitantes de un primer
mundo digno de presumirse. Los temas a tratar siempre dejaban una enseñanza
mezcla de tradición y modernidad, sin faltar la espiritualidad característica
de la familia mexicana.
La
presencia del villano (a) y el grupito de resentidos sociales que hacían
imposible la existencia a los protagonistas era indispensable, pero lo mas bonito
era que siempre triunfaba el amor, la bondad, los malos tarde o temprano eran
castigados por la ley de los hombres o de Dios.
Fue
a partir de la década de los setenta, durante el auge de la liberación femenina
que las historias se tornaron amarillistas, presentando situaciones familiares
y laborales alejadas de la realidad.
Tiempo después la pantalla chica se tiñó de rojo, los ejemplos de conductas
impropias proliferaron: violación, secuestro, asesinato, tortura, odio, engaño,
traición e infidelidad fueron el
atractivo tele-novelesco. Los bajos instintos quedaron al descubierto y se
introdujeron al hogar con lujo de detalles cada tarde noche sin respetar
horarios. La meta en la vida del espectador se tergiversó, los principios y la
ética fueron anulados, bastaba una buena figura y una vestimenta impecable para
ser exitoso.
En
la actualidad las telenovelas nacionales y extranjeras, han corrompido la
imagen y la misión de la mujer, la presentan como una persona frívola,
insegura, instruida pero inconsistente, fácil de convencer y de llevar a la
cama, que goza de la vida loca, que conquista, usa y desecha, que se desobliga
de los hijos y vive varios amores a la vez. Enseñanzas deshonestas que dañan la
moral de la familia mexicana, mensajes que la Secretaría de Gobernación debe
sancionar enérgicamente, por ser su responsabilidad vigilar esta clase de
trasmisiones.
Yo
me pregunto, ¿Por qué precisamente
ahora?, cuando la mujer ha despertado y sacado la casta, cuando su
inteligencia, capacidad y habilidad están al máximo en lo científico,
empresarial, profesional, cultural, político, público y privado, es tan
lacerada su reputación. No podemos ni debemos permitir que el ambiente
contamine de nuevo la mente de la mujer, porque el mundo necesita cambiar y está
visto que sólo ella lo logrará.
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