Jesús le dijo:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos;
y tú ve, y anuncia el reino de Dios.
Por: Antonieta B de De Hoyos
…El Señor Jesucristo se había topado con un
hombre que buscaba su anuencia para seguirle a todas partes pero antes quería ir y atender el sepelio de
su padre. Jesús le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y
tú ve, y anuncia el reino de Dios.” Aquí
Jesús pone una disyuntiva entre atender los asuntos temporales o predicar el
reino de Dios, y lo que Jesús parece resaltar, es la importancia de predicar el
reino de Dios, por encima de todas las cosas que las personas consideramos
importantes. Otro párrafo dice: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida
primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su
mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
En la actualidad cierto número de personas
no predican con su conducta el mensaje de Cristo, y otros lo posponen por
realizar tareas que deberían ocupar un segundo lugar. Para Jesús, el mirar
hacia adelante equivale mirar hacia el reino, por eso siempre enfatizó a sus
discípulos que pidieran y buscaran primero el reino de Dios y su justicia y
todo lo demás se les daría por añadidura.
En esta época de materia y superficialidad,
es común que la conversión personal sea aplazada hasta obtener la seguridad
económica, no percibimos lo urgente de predicar la Palabra. El reino para unos
significa: placer, poder, riqueza, personas que tienen la idea de que la obligación
de predicar es para los jubilados y ancianos, más no para los jóvenes.
Recordé este pasaje bíblico, al ver la
forma descontrolada en que se recordaba en los Estados Unidos de Norteamérica
el décimo aniversario de aquel terrible ataque terrorista del 11 de septiembre
de 2001. La televisión, el internet, la prensa, no se dieron a basto recordando
escenas pasadas y testimonios actualizados.
Parecía que ambos, comunicadores y
audiencia se regodeaban en el dolor. Consideré inhumano que se repitieran esas
escenas dantescas, que sin caridad al prójimo, levantaron la piel de la herida
con la perversidad de hacerla sangrar. Revivir aquel dolor enajenante, aquella
desesperación alucinante, volver a sentir en carne propia el fuego, el polvo,
escuchar las sirenas, los gritos y los llantos de dolor, no es un acto
cristiano, es una acción aberrante que denota desprecio al don divino del
olvido, infundido por Dios en su misericordia, con el propósito de mitigar la
penas humanas.
Probablemente no se aprendió la lección, ya
que el temor a otro incidente como éste sigue latente. Tampoco se recapacitó
que la violencia engendra violencia y que no hay enemigo pequeño. Se inauguran
monumentos, se colocan ofrendas florales, pero no se reconoce el abuso del
fuerte perpetuado contra el débil, actitud equivocada que esta vez inmoló a
miles de compatriotas. Es indispensable volver a creer en la vida eterna, y
dejar a los muertos descansar para que los vivos gocen de la paz de Dios y la
armonía vuelva a imperar en la sociedad mundial.
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