Por: Antonieta B. de De Hoyos
Cada día me confunden más las especulaciones que se vierten sobre la legalización de la venta de drogas y su clasificación. Algunos medios afirman que en los países vanguardistas donde se han realizado estos cambios radicales en la sociedad, la vida se torna más pacífica, sin sobresaltos, la felicidad reina de nuevo. ¿Será cierto?
Las madres y abuelas mexicanas, en la actualidad estamos preocupadas y ocupadas en esos detalles, que en ocasiones nos hacen sentir atadas de pies y manos, completamente imposibilitadas para resolver esta inesperada y dolorosa situación que destruye el entorno familiar, social y moral.
La batalla iniciada por el gobierno actual, desde hace varios años ha sido duramente criticada por una buena parte del sector político y ciudadano, pero ninguno de los dos le ha dado abiertamente su apoyo. A pesar de todo no se necesita ser muy inteligente para imaginar, lo que hubiera sucedido en este país, si no se inicia esta cruenta batalla.
Haciendo un somero recuento de los daños sufridos hasta la fecha, dicen los más enterados o los que monopolizan la noticia, que no ha valido la pena el tremendo esfuerzo realizado por las autoridades civiles y militares, ni la perdida de tantas vidas inocentes en los enfrentamientos; por el contrario insisten en que resulta mucho más provechoso legalizar el consumo dando paso a la libre compraventa de ciertos fármacos adictivos, ya que con ello se tendría el control absoluto de su uso, sin dejar de apostar por supuesto y con mayor interés a la educación en la prevención.
A mí me gustaría saber: ¿Quiénes serían esas personas idóneas para impartir a todo niño, joven y adulto mexicano, estas extraordinarias, originales y efectivas medidas preventivas que les protejan de las drogas?.
¿Los padres de familia? A cuáles padres se refieren ¿A los ausentes o, a los presentes? a los que huyeron ante lo pesado de la carga o, a los que se quedaron para enfrentar la peor crisis económica, que les obliga a trabajar de sol a sol y bastante lejos del hogar.
¿Los maestros? ¿Cuáles? Los que conservan en su corazón el sentimiento apostólico o, a los disidentes que solo exigen mayores salarios, largas vacaciones y cortos periodos de clases.
¿Las autoridades civiles? Contará el municipio con profesionistas especializados que eleven la autoestima y disminuyan la apatía y la depresión entre la inmensa comunidad de marginados?
O acaso se harán responsables de esta delicada educación familiar gratuita, las prestigiosas Instituciones de salud como el IMSSS, ISSSTE, SSA y otras?
Pudiera ser que por su constante relación con la venta y uso de las drogas, la mejor indicada para ofrecer conferencias y cursos a los padres de familia, ¿fueran la Policía Preventiva, la Federal, la Estatal, los Militares?
También podrían aportar su granito de arena los jerarcas de diferentes doctrinas religiosas, laicos comprometidos, misioneras y demás.
Pero ¿Estaremos todos los adultos dispuestos a trabajar en el difícil campo del ejemplo, con tal de lograr el cambio social que tanto apremia? De ser así mi miedo ya no tendría lugar, estoy segura de que las drogas jamás, podrían alterar la paz de mi hogar.
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