Por: Antonieta B. de De Hoyos
“Si las gotas de lluvia,Fueran de chocolate,
me encantaría estar allí…”
(coro de niños)
Llegué a casa después de mi programa de radio, encendí la computadora, abrí mi correo electrónico y comencé a leerlo. Llamó mi atención uno que se titulaba “Solo cuidé a mis pollitos”
Me impactó, un escalofrío recorrió mi cuerpo, en unos cuantos minutos se presentó ante mí el México real. Cientos de veces durante estos últimos años los medios de comunicación no han hecho otra cosa que alterar los nervios de los ciudadanos con noticias sangrientas, pero esta vez no era una nota policiaca, era un video tomado en el momento preciso.
Este desafortunado suceso lo narra y lo graba con su teléfono celular, una educadora desde su salón de clase en un jardín de niños, situado al sur de la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Es un aula construida por el gobierno, con paredes, ventanas y barda débiles, no aptas para detener ráfagas de metralletas.
De inmediato se agolparon en mi memoria los maravillosos recuerdos que guardo de mi época profesional, yo también como ella, tuve el privilegio de compartir una parte de mi juventud con muchos infantes, en un edificio como ese en el centro de mi ciudad.
Es el mes de junio, está a punto de terminar el curso, la convivencia por casi diez meses fue suficiente para que educadora y niños se identifiquen, se conozcan, se amen profundamente, con la limpieza que solo puede inspirar la inocencia de estos pequeños.
Es verdad que muchos maestros inmersos en la inseguridad actual, han vivido sucesos como este o peores; la diferencia estriba en que ella tuvo el temple de grabarlo y subirlo a la red como símbolo de protesta hacia la violencia, que estamos obligados a vivir.
Me conmovió hasta el alma, ver la docilidad de sus alumnos, la veneración que le profesaron al obedecerla paso a paso, y que a pesar del pánico que sentían dentro de sus corazoncitos, provocado por el silbido de las balas, se sabían seguros. Gracias al previo adiestramiento que ella recibió, hizo lo que debía hacer durante ese enfrentamiento, ahora solo nos queda la lección: cambiar de inmediato las estrategias policiacas, militares y gansteriles. Porque los errores adultos no valen tanto como para destruir la integridad de un niño, que no pidió venir al mundo y que merece gozar de todos los derechos que la Constitución Mexicana le otorga.
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