3 de abril de 2011

La autobiografía más hermosa del mundo.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

Indudablemente que “Confesiones de S. Agustín” es el libro que presenta con una claridad exquisita, la belleza de la conversión cristiana; en sus páginas el autor narra su constante búsqueda de la verdad y su lucha por alejarse de sus extravíos. ¿Qué era eso que le producía tanto placer?

-"Sabía que Dios podía curar mi alma, lo sabía; pero ni quería, ni podía; la idea que yo tenía de Dios no era algo real y firme. ¿Dónde podría huir mi corazón que huyese de mi corazón? ¿Cómo huir de mí mismo?"

En sus desenfrenos Agustín tuvo un hijo fuera de matrimonio. Pocos años después, uno de sus mejores amigos enfermó y después de acercarse a la fe, murió. La muerte imprevista le impactó muchísimo, empezó a pensar: “Confía, espera en Dios”. Vivía a lo loco, con sus aventuras de siempre, pero seguía inquieto y leía todo lo que caía en sus manos, hasta ciencias ocultas.

Buscaba; aún no sabía qué, pero buscaba algo en su interior. Decidió leer las Sagradas Escrituras para ver si sacaba algo en claro, en lugar de eso, se reía de los Evangelios. Sale del país, buscando la verdad en diversas ideologías, habla con las figuras intelectuales más destacadas, busca respuesta a las situaciones culturales y sociales de su época. Un día, cuando paseaba, vio a un pobre mendigo que sonreía feliz. Y pensó: No sé si será realmente feliz, pero, desde luego, el que no es feliz soy yo... no es que me guste su vida, ¡es mi vida la que no me gusta! Estudiaba y comparaba, en perpetua duda: Jesucristo era tan sólo un hombre de extraordinaria sabiduría, difícilmente superable por otro, pero nada más. No podía ni sospechar el misterio que encerraban esas palabras: “y el Verbo se hizo carne...”

Me iba volviendo cada vez más miserable- escribía- pero a pesar de eso, Dios se acercaba más y más a mí, y quería sacarme de todo el cieno en el que yo me había metido, y lavarme..., yo no lo sabía”. Cada vez que lo pensaba se decía: “Ahora voy... Enseguida... Espera un poco más...”. Ese ahora nunca acababa de llegar. Y él un poco más, se iba alargando y alargando...

Mientras charlaba con un amigo estalló por fin y le dijo: “¿No te das cuenta de la vida que llevamos y de la vida que llevan los cristianos? ¡Y aquí seguimos, revolcándonos en la carne y en todo tipo de espectáculos! ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir como ellos, sólo por la vergüenza de reconocer que nos hemos equivocado? “¿Cuándo acabaré de decidirme? No te acuerdes, Señor de mis maldades. ¿Dime, Señor, hasta cuándo voy a seguir así? ¡Hasta cuándo! ¡Mañana, mañana! ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias?” Tomó su libro del Nuevo Testamento, lo abrió al azar, y encontró la respuesta. “Como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas”… “Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Estabas dentro de mí, y yo te buscaba fuera... Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Tí Esas cosas... me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi sordera. Brillaste ante mí y me liberaste de mi ceguera... Aspiré tu perfume y te deseé. Te gusté, te comí, te bebí. Me tocaste y me abrasé en tu paz”. “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón, hasta que descanse en Ti”. Leamos a San Agustín y después, decidamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sra. Tonieta:

En una ocasion que lei un pasaje de la vida de San Agustin, me encanto la descripcion que hace de Dios: "Absoluto, inmutable y eterno".