Por: Antonieta B. de De Hoyos
Anoche mientras trataba de conciliar el sueño, me puse a cavilar sobre la manera como Dios había instituido en el mundo su maravilloso don del amor. Después de algunos minutos llegué a la conclusión de que Él en su infinita misericordia, depositó su amor divino en la primera pareja formada por Adán y Eva.
Cuando Dios hizo al hombre se dio cuenta de que no era bueno que estuviera solo, y creo para él una compañera con el propósito de que esta unión jamás se disolviera, razón por la que dotó a cada uno de ellos con virtudes y cualidades diferentes que forzosamente se compenetraran. Después de este acto los bendijo, diciéndoles que se reproducirían para poblar la tierra y que cada uno de esos frutos se llamaría hijo, al que amarían entrañablemente por ser consecuencia del amor que les había entregado.
Mucho se ha desprestigiado en las últimas décadas el sagrado vínculo del matrimonio, pero a pesar de todo millones de jóvenes enamorados se acercan al altar para contraerlo, juntos realizan un esfuerzo enorme por conservarlo y contrarrestar las múltiples tentaciones que el ambiente les ofrece con el afán de disolverlo.
El amor no se acaba en el matrimonio si se lucha por él, pero para lograrlo es indispensable mejorar la calidad en la relación, conocer a fondo a su cónyuge, respetarlo, admirarlo, buscar la empatía en sentimientos, pensamientos y voluntades. El amor en el matrimonio debe ser inteligente y de voluntad firme, debe templarlo el amor del corazón y llevado a las alturas de Dios, para que con él se eleve la vida de los esposos. La mujer debe llenar el corazón del hombre y el hombre inclinarse para acoger y defender ese amor con todas sus fuerzas.
Tanto el hombre como la mujer deben estar convencidos de que las flores del amor, son para entregarlas conscientemente a su pareja y convertirlas en frutos de bendición, de paz, de descanso del alma, de plenitud en la vida. Se entregan mutuamente con voluntad decidida, sin deshojar ninguna de esas flores en otras manos, sabiendo que la felicidad la encuentran precisamente en la exclusividad de su amor y en la negación de todo egoísmo.
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