Por: Antonieta B de De Hoyos
Aún conservo en mi memoria, las veces que la profesora de primaria pedía a las alumnas guardar silencio, acción difícil de acatar a tan corta edad. Ni que decir cuando en la adolescencia y juventud debí acudir a bibliotecas, conferencias, salas de cine, teatros, etc. Años después ya mayor, me di cuenta de que en las reuniones sociales, laborales y religiosas, nadie guardaba silencio, por el contrario, disfrutaban hablando varias personas a la vez y de diferentes temas, razón por la que me vi obligada a dejar en el cajón del olvido, las indicaciones recibidas en la infancia.
Hoy en día el sonido se ha tornado ensordecedor, nos hemos acostumbrado a transitar por las calles soportando el ruido de los motores de automóviles, chirriar de llantas, toques de claxon, altoparlantes y música dentro y fuera de las tiendas y supermercados, gente hablando por celular a todo volumen, gritos, escándalos, pleitos y demás.
Entras a casa y lo primero que haces es encender la radio o la televisión, no escuchas ni miras, solo quieres ruido, no soportas el silencio. Los hijos, los esposos, la familia entera habla, pero nadie escucha. La gente se aglutina en lugares de recreo, bares, discotecas, restaurantes, estadios, conciertos populares, pistas etc. todos quieren estar ahí para hablar. Hemos colmado los límites de decibeles permitidos, nuestro organismo lo resiente.
Pero, ¿por qué es indispensable guardar silencio? Porque el silencio es la esencia del cuerpo, de la mente, de los sentidos; es la paz que sobre pasa todo entendimiento, detrás de los ruidos y sonidos, está el silencio, en el alma interna. Cuando el corazón se siente pleno, cuando hay una gran alegría, hay silencio. No existe mayor bálsamo curativo para los que se sienten heridos en su corazón, por fracasos, decepciones y pérdidas. Es el mejor sedante para los que sufren de los nervios.
Estar callado sin hablar con nadie es silencio físico, pero hoy en la actualidad, lo que más urge es el silencio de la mente bulliciosa. Tenemos que dejar de pensar para conseguir paz y silencio verdadero. La charla constante es un mal hábito que distrae la mente, inquieta, daña, entorpece la paz mental, por eso debe ser controlada firme y gradualmente. Cuando se permanece en silencio mental, se controlan los ojos, los oídos, el habla, es decir la mitad de la mente.
La palabra es belleza por eso no debe malgastarse en charlas ociosas o discusiones tontas. El silencio conserva la energía, permite un mejor trabajo mental y físico, facilita la meditación. El silencio desarrolla la fuerza de la voluntad y suaviza la fuerza del pensamiento. Impide el impulso de la palabra y desarrolla la paciencia. Sirve para controlar la ira y las emociones, la irritabilidad desaparece, trae serenidad, calma, fortaleza, sabiduría, paz, gozo. En el silencio hay libertad, perfección e independencia. El hablador desconoce estas virtudes.
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