Colaboración de: Rosaura Barahona
Hoy pensaba escribir sobre cosas más positivas, pero anteayer hubo balazos y un muerto en Soriana de La Estanzuela. No sólo afuera de la tienda y en el estacionamiento, sino en la tienda misma.
Quise escribir sobre el Goldman Environmental Prize (considerado el Nobel de ecología), concedido en 2008 a un campesino indígena mexicano de 42 años, Jesús León Santos, quien calladito, calladito, se ha dedicado a reforestar la región de Oaxaca en donde vive. El reconocimiento incluye 150 mil dólares y se entrega anualmente a defensores del medio ambiente. Le debemos felicitaciones y aplausos.
Jesús León es un ejemplo de los millones de mexicanos honestos que trabajan y van a lo suyo, luchan e intentan hacer de éste un México mejor.
También pensaba compartir algunos de los comentarios sobre el clasismo y la discriminación recibidos a raíz del artículo del martes.
Pero entonces llegó la noticia del asesinato de Edelmiro Cavazos, Alcalde de Santiago, y, de verdad, me entristecí. No lo conocí, nunca lo vi en mi vida y no me importa por qué se lo llevaron de su casa. Nadie merece morir así, como nadie merece ser torturado, decapitado, embolsado o colgado.
Las versiones supuestamente fidedignas circulan por todos lados y en todas direcciones. Las fuentes siempre son verdaderas, pero confidenciales. No nos pueden dar prueba de lo que dicen, pero nos piden confiar en ello. La verdad nunca será conocida.
Es evidente y explicable que las autoridades y algunos medios no informen de todo lo sucedido en cualquier punto de la ciudad y de los municipios aledaños, pero su silencio que pretende protegernos, cada día nos angustia más.
Reeducar su mente para enfrentar las nuevas circunstancias es algo muy difícil para la población civil. Por años creímos que al estar en una habitación de hotel estaríamos seguros; ya no. Ahora patean la puerta y secuestran o roban y salen tan tranquilos.
Por años nuestra casa fue un refugio inviolable; ya no. Ahora llegan hasta la recámara y cargan con quien desean.
Por años, salir a caminar al parque fue una forma de distracción; ya no. La distracción se ha vuelto zozobra y caminamos con temor y con los dedos cruzados para que nada nos pase.
Por años las piñatas, los quinceaños, las bodas, las carnes asadas y las reuniones sociales fueron una manera de nutrir nuestros afectos. Ahora las piñatas lucen casi vacías, los quinceaños se hacen de día y las carnes asadas reúnen sólo a quienes viven cerca unos de otros.
Santiago fue propuesto como Pueblo Mágico hace poco. Lo merece. Siempre ha sido agradable y disfrutable. Ha logrado conservar su sabor a pueblo en el mejor sentido del término: todos sus habitantes se conocen, se saben la vida del otro y si se le rasca al árbol genealógico, termina por ser una enredadera enorme porque casi todos los vínculos familiares, gruesos o sutiles, parten del mismo tronco.
Sin embargo, Santiago se convirtió en objetivo de uno o varios grupos de delincuentes. Acabaron con su policía, exigieron cuotas, acosaron a los comerciantes, secuestraron a la gente trabajadora que nos daba los tacos ricos, los panes tradicionales, los platillos típicos, la facilidad de transportarnos.
En Santiago se restauraron casas hasta hacerlas recuperar su belleza original. Se construyeron casas de campo, de fin de semana, de descanso. Ahí encontraron rentas razonables los jóvenes o no tanto que no podían pagar las de Monterrey.
Toda esa zona ha sido querida y disfrutada por su tranquilidad. Subir a la Cola de Caballo era una pequeña aventura que se repetía con frecuencia. El paisaje y saborear el pan de maíz, el aguamiel, los tamales de elote, las conservas a la antigua, el asado de puerco y los sacos de naranjas justificaban el viaje.
Hoy el Pueblo Mágico está a punto de convertirse en Pueblo Fantasma. Se están acabando las mecedoras vespertinas en la banqueta y las vueltas a la plaza central, las visitas nocturnas de los regiomontanos parranderos y el silencio que tanto valorábamos. A todos nos duele mucho. Y no es culpa de sus habitantes.
Ya se pidieron más refuerzos al Ejército. ¿Seguirán los marines o vendrá la ONU a cuidar un país convertido en bananero en el peor sentido del término? ¿Cuánto más aguantaremos?
rosaurabster@gmail.com
Fuente: El Norte
Hoy pensaba escribir sobre cosas más positivas, pero anteayer hubo balazos y un muerto en Soriana de La Estanzuela. No sólo afuera de la tienda y en el estacionamiento, sino en la tienda misma.
Quise escribir sobre el Goldman Environmental Prize (considerado el Nobel de ecología), concedido en 2008 a un campesino indígena mexicano de 42 años, Jesús León Santos, quien calladito, calladito, se ha dedicado a reforestar la región de Oaxaca en donde vive. El reconocimiento incluye 150 mil dólares y se entrega anualmente a defensores del medio ambiente. Le debemos felicitaciones y aplausos.
Jesús León es un ejemplo de los millones de mexicanos honestos que trabajan y van a lo suyo, luchan e intentan hacer de éste un México mejor.
También pensaba compartir algunos de los comentarios sobre el clasismo y la discriminación recibidos a raíz del artículo del martes.
Pero entonces llegó la noticia del asesinato de Edelmiro Cavazos, Alcalde de Santiago, y, de verdad, me entristecí. No lo conocí, nunca lo vi en mi vida y no me importa por qué se lo llevaron de su casa. Nadie merece morir así, como nadie merece ser torturado, decapitado, embolsado o colgado.
Las versiones supuestamente fidedignas circulan por todos lados y en todas direcciones. Las fuentes siempre son verdaderas, pero confidenciales. No nos pueden dar prueba de lo que dicen, pero nos piden confiar en ello. La verdad nunca será conocida.
Es evidente y explicable que las autoridades y algunos medios no informen de todo lo sucedido en cualquier punto de la ciudad y de los municipios aledaños, pero su silencio que pretende protegernos, cada día nos angustia más.
Reeducar su mente para enfrentar las nuevas circunstancias es algo muy difícil para la población civil. Por años creímos que al estar en una habitación de hotel estaríamos seguros; ya no. Ahora patean la puerta y secuestran o roban y salen tan tranquilos.
Por años nuestra casa fue un refugio inviolable; ya no. Ahora llegan hasta la recámara y cargan con quien desean.
Por años, salir a caminar al parque fue una forma de distracción; ya no. La distracción se ha vuelto zozobra y caminamos con temor y con los dedos cruzados para que nada nos pase.
Por años las piñatas, los quinceaños, las bodas, las carnes asadas y las reuniones sociales fueron una manera de nutrir nuestros afectos. Ahora las piñatas lucen casi vacías, los quinceaños se hacen de día y las carnes asadas reúnen sólo a quienes viven cerca unos de otros.
Santiago fue propuesto como Pueblo Mágico hace poco. Lo merece. Siempre ha sido agradable y disfrutable. Ha logrado conservar su sabor a pueblo en el mejor sentido del término: todos sus habitantes se conocen, se saben la vida del otro y si se le rasca al árbol genealógico, termina por ser una enredadera enorme porque casi todos los vínculos familiares, gruesos o sutiles, parten del mismo tronco.
Sin embargo, Santiago se convirtió en objetivo de uno o varios grupos de delincuentes. Acabaron con su policía, exigieron cuotas, acosaron a los comerciantes, secuestraron a la gente trabajadora que nos daba los tacos ricos, los panes tradicionales, los platillos típicos, la facilidad de transportarnos.
En Santiago se restauraron casas hasta hacerlas recuperar su belleza original. Se construyeron casas de campo, de fin de semana, de descanso. Ahí encontraron rentas razonables los jóvenes o no tanto que no podían pagar las de Monterrey.
Toda esa zona ha sido querida y disfrutada por su tranquilidad. Subir a la Cola de Caballo era una pequeña aventura que se repetía con frecuencia. El paisaje y saborear el pan de maíz, el aguamiel, los tamales de elote, las conservas a la antigua, el asado de puerco y los sacos de naranjas justificaban el viaje.
Hoy el Pueblo Mágico está a punto de convertirse en Pueblo Fantasma. Se están acabando las mecedoras vespertinas en la banqueta y las vueltas a la plaza central, las visitas nocturnas de los regiomontanos parranderos y el silencio que tanto valorábamos. A todos nos duele mucho. Y no es culpa de sus habitantes.
Ya se pidieron más refuerzos al Ejército. ¿Seguirán los marines o vendrá la ONU a cuidar un país convertido en bananero en el peor sentido del término? ¿Cuánto más aguantaremos?
rosaurabster@gmail.com
Fuente: El Norte
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