Colaboración de: Antonieta B. de De Hoyos
Jamás me había sentido como hoy; mi ánimo decayó como en pocas ocasiones, mi cielo azul se tornó gris, estuve a punto de creer que nunca más regresaría a mí la esperanza y lo que es peor, la confianza en los demás. Este inesperado y radical cambio de actitud, surgió en mí después de ver y escuchar a través de la televisión, el quizás no muy creativo pero si costosísimo itinerario, que el gobierno federal ha dispuesto con motivo de la celebración del Centenario y Bicentenario.
Por supuesto que la parte más bella y onerosa tendrá lugar en el Zócalo capitalino, horas antes y horas después de pronunciado el tradicional Grito de Independencia. De forma simultánea como ya es costumbre, en la ciudad de Dolores Hidalgo y resto de ciudades de la república.
Lo que me desconcierta, es el empecinamiento por festejar, a pesar de que un buen número de escritores, historiadores, políticos y comunicadores de renombre, meses antes se dieron a la tarea de desprestigiar la honra, minimizando los actos loables de hombres y mujeres independientes y revolucionarios, y recordando a los ilustrados y a los que no lo sabían, las acciones corruptas, traidoras y fraudulentas que estos personajes cometieron en la época que les tocó vivir.
Pero, dejando de lado la ignominia y colocándonos en la realidad, me parece incongruente, antipatriótico y hasta inmoral, despilfarrar tanto dinero del erario en festejos que podrían realizarse con sobriedad, y dejar el dinero ahorrado para ayudar a superar la adversidad que enluta y entristece a los habitantes de una extensa parte del territorio nacional.
Noche a noche desde hace ya varios meses, los televidentes recibimos imágenes patéticas de los estragos que ha provocado y sigue provocando la intensidad de la lluvia: miles de familias sin hogar, llorando la pérdida de uno o varios de sus miembros.
Como olvidar las caritas de los niños; asombrados, aterrorizados ante el infortunio. Los ancianos y enfermos, dependientes de los más jóvenes, atónitos, perplejos. Mientras hombres y mujeres sacan el lodo revuelto con aguas negras de sus humildes viviendas. Como borrar de la mente su desesperación al quedarse sin un techo donde dormir, sin alimentos, sin dinero y condenados a pasar días y hasta semanas incomunicados, intentando sobrevivir entre la humedad, el frio y el calor. Como evitar sentir ese dolor como propio, como no desear que se recuperen de inmediato y cesen los llantos de los niños. Como desconocer la magnitud de la impotencia. Como no solidarizarnos con ellos en la oración.
La lucha contra el narcotráfico también ha dejado tristeza y desolación, vuelven a ser los niños los que más sufren al ver truncada su infancia y desvanecido su futuro. Padres y madres sin empleo, familias enteras sufriendo el incumplimiento de las Garantías Individuales que señala la Constitución, hecho que les lleva a sufrir la pobreza extrema y a depender de nueva cuenta, como hace cien y doscientos años de la vergonzosa dádiva privada o gubernamental.
Quemar millones de pesos en pólvora, música y bebidas embriagantes, es una ofensa para los que están en desgracia. Me aterra, como ambientalista, la insulsa contaminación. Por estas y muchas otras razones me niego rotundamente a participar en esta celebración. No me sentiré orgullosa de ser mexicana, mientras haya compatriotas sufriendo y sin porvenir.
Jamás me había sentido como hoy; mi ánimo decayó como en pocas ocasiones, mi cielo azul se tornó gris, estuve a punto de creer que nunca más regresaría a mí la esperanza y lo que es peor, la confianza en los demás. Este inesperado y radical cambio de actitud, surgió en mí después de ver y escuchar a través de la televisión, el quizás no muy creativo pero si costosísimo itinerario, que el gobierno federal ha dispuesto con motivo de la celebración del Centenario y Bicentenario.
Por supuesto que la parte más bella y onerosa tendrá lugar en el Zócalo capitalino, horas antes y horas después de pronunciado el tradicional Grito de Independencia. De forma simultánea como ya es costumbre, en la ciudad de Dolores Hidalgo y resto de ciudades de la república.
Lo que me desconcierta, es el empecinamiento por festejar, a pesar de que un buen número de escritores, historiadores, políticos y comunicadores de renombre, meses antes se dieron a la tarea de desprestigiar la honra, minimizando los actos loables de hombres y mujeres independientes y revolucionarios, y recordando a los ilustrados y a los que no lo sabían, las acciones corruptas, traidoras y fraudulentas que estos personajes cometieron en la época que les tocó vivir.
Pero, dejando de lado la ignominia y colocándonos en la realidad, me parece incongruente, antipatriótico y hasta inmoral, despilfarrar tanto dinero del erario en festejos que podrían realizarse con sobriedad, y dejar el dinero ahorrado para ayudar a superar la adversidad que enluta y entristece a los habitantes de una extensa parte del territorio nacional.
Noche a noche desde hace ya varios meses, los televidentes recibimos imágenes patéticas de los estragos que ha provocado y sigue provocando la intensidad de la lluvia: miles de familias sin hogar, llorando la pérdida de uno o varios de sus miembros.
Como olvidar las caritas de los niños; asombrados, aterrorizados ante el infortunio. Los ancianos y enfermos, dependientes de los más jóvenes, atónitos, perplejos. Mientras hombres y mujeres sacan el lodo revuelto con aguas negras de sus humildes viviendas. Como borrar de la mente su desesperación al quedarse sin un techo donde dormir, sin alimentos, sin dinero y condenados a pasar días y hasta semanas incomunicados, intentando sobrevivir entre la humedad, el frio y el calor. Como evitar sentir ese dolor como propio, como no desear que se recuperen de inmediato y cesen los llantos de los niños. Como desconocer la magnitud de la impotencia. Como no solidarizarnos con ellos en la oración.
La lucha contra el narcotráfico también ha dejado tristeza y desolación, vuelven a ser los niños los que más sufren al ver truncada su infancia y desvanecido su futuro. Padres y madres sin empleo, familias enteras sufriendo el incumplimiento de las Garantías Individuales que señala la Constitución, hecho que les lleva a sufrir la pobreza extrema y a depender de nueva cuenta, como hace cien y doscientos años de la vergonzosa dádiva privada o gubernamental.
Quemar millones de pesos en pólvora, música y bebidas embriagantes, es una ofensa para los que están en desgracia. Me aterra, como ambientalista, la insulsa contaminación. Por estas y muchas otras razones me niego rotundamente a participar en esta celebración. No me sentiré orgullosa de ser mexicana, mientras haya compatriotas sufriendo y sin porvenir.
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