14 de julio de 2010

Entre Tus Manos


Por: Antonieta B. de De Hoyos


“Entre tus manos, esta mi vida Señor; entre tus manos, pongo mi existir”… cuantas veces hemos oído y coreado este bello y místico canto; frases claras, precisas, que obligan a la reflexión, al mismo tiempo que con gran delicadeza, su melodía penetra hasta lo más profundo del corazón humano, logrando en múltiples ocasiones la conversión de algún renuente. Vino a mi memoria este canto religioso, precisamente por las terribles experiencias que como sociedad hemos estado viviendo desde que apareció en el horizonte el huracán “Alex” fenómeno meteorológico, que con su fuerte viento e intensa lluvia, dejó bien claro que nada de lo que poseíamos era seguro.

Los noticieros en la radio y en la televisión no cesaron de mostrarnos e informarnos la destrucción que a su paso iba dejando y lo temible de su cercanía. Pronto hubo ríos desbordados, ciudades inundadas, casas, carreteras y puentes destruidos, imágenes de presas desfogando y otras a punto de reventar. Miles de damnificados durmiendo a la intemperie o en refugios preparados para ellos. Pérdidas millonarias en patrimonios familiares, ganado, cosechas y lo peor, no dejaba de llover. El miedo, el dolor, la angustia, la incertidumbre, nadie ni los expertos podían predecir lo que sucedería en las horas y días siguientes. Humedad, lodo, oscuridad, aislamiento. Escasez de agua potable, de alimentos, imposible llevar ayuda inmediata hasta donde lo solicitaban, lágrimas de impotencia, cuerpos lastimados, sufrimiento inconcebible ante lo evidente; la muerte o la desaparición de seres queridos.

Pero todo suceso tiene un por qué y un para qué. Cada experiencia es una lección de vida que si no mata, fortalece. Esta vez, por fin, entendimos que nada es para siempre y que a la adversidad se le desafía con la prevención. A partir de hoy caminaremos más despacio y con mayor precaución, nunca más despilfarraremos dinero, tiempo y esfuerzo en boberías.

Un justo recuento nos obliga a reconocer que esta tragedia pudo haber sido peor. Que Dios tuvo misericordia de nosotros, pues aunque no contuvo la furia del fenómeno, si permitió que muchos quedáramos en pie para ayudar a los caídos. La lección que recibimos fue muy dura, debemos tratar con absoluto respeto a la naturaleza.

Aprendimos que debemos volver a rezar, pero no solo los domingos o días festivos, sino cada amanecer pidiendo protección y cada anochecer agradeciéndola. Son muy pocas las personas que en la actualidad, no están enteradas de que el cambio climático ha sido provocado por la imprudencia y la avaricia del hombre, y que las consecuencias serán muchas más emergencias como esta. Nunca antes había sido tan apremiante tomar conciencia del lugar y la forma de construir un hogar y de lo impostergable de fortalecer el espíritu para superar lo inesperado.

Estar en paz con Dios y con el prójimo trae serenidad, aclara la mente y permite pensar con sensatez en los momentos de peligro. Ya nos dimos cuenta de que nada ni nadie está a salvo y que solo de la mano de Dios, podemos avanzar en este arduo y terrenal camino.

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