Colaboracion: Rosaura Barahona
El verdadero carácter de una persona o de un pueblo se refleja en las situaciones extremas. Los convencionalismos sociales de lo cotidiano nos permiten ocultar muchas cosas, disfrazar algunas y ufanarnos de otras, pero cuando algo interno o externo los pulveriza surgen fuerzas y virtudes personales o colectivas insospechadas, así como debilidades y defectos.
Por eso quienes han vivido una guerra, dictadura o revolución son seres distintos a quienes no lo han vivido. Los primeros saben que todo se puede perder: los derechos elementales, las pertenencias, la familia, los amigos e, incluso, la vida. Nadie sobrevive impunemente a experiencias de esa índole y por más que se regularice su vida, la huella de lo sufrido será indeleble.
Sin embargo, también nos marcan las catástrofes naturales: los terremotos, los tsunamis, los aludes, los desgajamientos de cerros, la sequía, las inundaciones o los huracanes. "Alex" nos lo acaba de recordar.
Esas experiencias dejan tristeza, pérdidas humanas y materiales, además de aprendizajes valiosos. Por desgracia, también descubren la parte más oscura de los seres que renuncian a su humanidad para volverse insaciables y egoístas.
"Alex" nos dejó cosas en blanco y negro. Permítame darle algunos ejemplos. Dentro de lo blanco aprendimos: El funcionamiento de la Presa Rompepicos evitó una catástrofe mayor.
Lo valioso del afecto mostrado por quienes se preocupan por nosotros y nos ofrecen su ayuda.
Hay una enorme generosidad en quienes comparten lo poco o mucho que poseen con los más afectados.
La importancia de los medios al informar sobre qué, cuándo y dónde sucede algo, así como las entrevistas oportunas con funcionarios públicos que nos explican de primera mano consecuencias y medidas a tomar.
El Gobernador estuvo presente todo el tiempo; recorrió muchos sitios y junto con otras autoridades nos presentó los daños y tomó medidas.
La admirable rapidez con la que actuaron muchas brigadas de limpieza, de la Comisión Federal de Electricidad, de Agua y Drenaje y de otros organismos.
La invaluable labor de los bomberos, de la Cruz Roja, de la Cruz Verde y de los voluntarios que, literalmente, arriesgan su vida para salvar a otros, así como del Ejército, la Marina y de algunos de sus altos mandos.
La falta de luz, agua, gas, teléfonos y medios de transporte pulverizó nuestra cacaraqueada presunción de civilización del Primer Mundo.
Desapareció el sentido de omnipotencia que a veces nos da el disponer de recursos y de tecnología, inútiles ante el primer estornudo de la Naturaleza.
Podemos ser mejores personas al ejercitar actitudes positivas como la tolerancia, la comprensión, la solidaridad y la paciencia. Sin avenidas de alta velocidad, cruzaremos la ciudad por calles con semáforos. Las filas serán considerables. Pitar y maldecir no las agilizará. Llévese un audio-libro o disfrute su música predilecta y cuente hasta 10 las veces necesarias.
Aprendimos a tomar más tiempo para ir de un sitio a otro.
Debemos organizarnos para viajar en grupos y por turnos para disminuir el número de autos que van al mismo lado.
Entre lo negro está: La voracidad incalificable de los mercaderes que llegaron a vender los garrafones de agua en 500 pesos so pretexto de la oferta y la demanda.
La rapiña acostumbrada.
La estupidez de quienes, en contra de todas las advertencias, piensan "No es para tanto" y "No me pasará nada" y se meten a las calles inundadas sólo para ser rescatados; o los que se paran en los puentes a tomar fotos del río y se pasean por las avenidas destruidas.
El aumento de los eternos damnificados de nuestros cinturones de miseria. Y su testarudez al negarse a ser evacuados.
Pero, sobre todo, la corrupción de autoridades, fraccionadores y constructores que: 1) ceden el lecho del Río a particulares para negocios privados cuando originalmente eran canchas de tierra para los jóvenes de las colonias proletarias; 2) construyen en zonas restringidas y de alto riesgo; 3) se lavan las manos; 4) volverán a hacer lo mismo.
Usted tiene su propia lista, pero la pregunta final es la misma: ¿aprendimos la lección o, como tontos, repetiremos los errores con tal de enriquecernos?
rosaurabster@gmail.com
Fuente: El Norte
El verdadero carácter de una persona o de un pueblo se refleja en las situaciones extremas. Los convencionalismos sociales de lo cotidiano nos permiten ocultar muchas cosas, disfrazar algunas y ufanarnos de otras, pero cuando algo interno o externo los pulveriza surgen fuerzas y virtudes personales o colectivas insospechadas, así como debilidades y defectos.
Por eso quienes han vivido una guerra, dictadura o revolución son seres distintos a quienes no lo han vivido. Los primeros saben que todo se puede perder: los derechos elementales, las pertenencias, la familia, los amigos e, incluso, la vida. Nadie sobrevive impunemente a experiencias de esa índole y por más que se regularice su vida, la huella de lo sufrido será indeleble.
Sin embargo, también nos marcan las catástrofes naturales: los terremotos, los tsunamis, los aludes, los desgajamientos de cerros, la sequía, las inundaciones o los huracanes. "Alex" nos lo acaba de recordar.
Esas experiencias dejan tristeza, pérdidas humanas y materiales, además de aprendizajes valiosos. Por desgracia, también descubren la parte más oscura de los seres que renuncian a su humanidad para volverse insaciables y egoístas.
"Alex" nos dejó cosas en blanco y negro. Permítame darle algunos ejemplos. Dentro de lo blanco aprendimos: El funcionamiento de la Presa Rompepicos evitó una catástrofe mayor.
Lo valioso del afecto mostrado por quienes se preocupan por nosotros y nos ofrecen su ayuda.
Hay una enorme generosidad en quienes comparten lo poco o mucho que poseen con los más afectados.
La importancia de los medios al informar sobre qué, cuándo y dónde sucede algo, así como las entrevistas oportunas con funcionarios públicos que nos explican de primera mano consecuencias y medidas a tomar.
El Gobernador estuvo presente todo el tiempo; recorrió muchos sitios y junto con otras autoridades nos presentó los daños y tomó medidas.
La admirable rapidez con la que actuaron muchas brigadas de limpieza, de la Comisión Federal de Electricidad, de Agua y Drenaje y de otros organismos.
La invaluable labor de los bomberos, de la Cruz Roja, de la Cruz Verde y de los voluntarios que, literalmente, arriesgan su vida para salvar a otros, así como del Ejército, la Marina y de algunos de sus altos mandos.
La falta de luz, agua, gas, teléfonos y medios de transporte pulverizó nuestra cacaraqueada presunción de civilización del Primer Mundo.
Desapareció el sentido de omnipotencia que a veces nos da el disponer de recursos y de tecnología, inútiles ante el primer estornudo de la Naturaleza.
Podemos ser mejores personas al ejercitar actitudes positivas como la tolerancia, la comprensión, la solidaridad y la paciencia. Sin avenidas de alta velocidad, cruzaremos la ciudad por calles con semáforos. Las filas serán considerables. Pitar y maldecir no las agilizará. Llévese un audio-libro o disfrute su música predilecta y cuente hasta 10 las veces necesarias.
Aprendimos a tomar más tiempo para ir de un sitio a otro.
Debemos organizarnos para viajar en grupos y por turnos para disminuir el número de autos que van al mismo lado.
Entre lo negro está: La voracidad incalificable de los mercaderes que llegaron a vender los garrafones de agua en 500 pesos so pretexto de la oferta y la demanda.
La rapiña acostumbrada.
La estupidez de quienes, en contra de todas las advertencias, piensan "No es para tanto" y "No me pasará nada" y se meten a las calles inundadas sólo para ser rescatados; o los que se paran en los puentes a tomar fotos del río y se pasean por las avenidas destruidas.
El aumento de los eternos damnificados de nuestros cinturones de miseria. Y su testarudez al negarse a ser evacuados.
Pero, sobre todo, la corrupción de autoridades, fraccionadores y constructores que: 1) ceden el lecho del Río a particulares para negocios privados cuando originalmente eran canchas de tierra para los jóvenes de las colonias proletarias; 2) construyen en zonas restringidas y de alto riesgo; 3) se lavan las manos; 4) volverán a hacer lo mismo.
Usted tiene su propia lista, pero la pregunta final es la misma: ¿aprendimos la lección o, como tontos, repetiremos los errores con tal de enriquecernos?
rosaurabster@gmail.com
Fuente: El Norte
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