22 de septiembre de 2013

“Ingrid” complementó la lección.

Esta vez fue  el huracán de primera  categoría “Ingrid”, que durante el fin de semana se formó en el Golfo de México y azotó las costas del sureste y noreste del país, el que volvió a recordarnos de ruda manera, nuestra fragilidad humana.

Desde que se anunció en aguas marítimas, me di a la tarea de rastrear su amenazadora trayectoria a través de la radio, televisión, prensa e internet. De acuerdo a los boletines emitidos por los centros meteorológicos, era casi seguro que surcara los cielos de Coahuila, abarcando Saltillo, Monclova y Piedras Negras.
Por supuesto que este pronóstico y el saber que los arroyos continuaban en pésimas condiciones, alarmó a la ciudadanía. Desconfianza que inquietó a las familias, aún y cuando los reportes indicaban que las lluvias en la región no serían considerables.

En casa, a manera de prevención hicimos un recuento de los enseres que podíamos salvaguardar, buscamos los espacios más altos para colocar documentos, televisión,  computadora y teléfonos, en realidad eran pocas cosas. Después hicimos un plan de evacuación y nos pusimos de acuerdo en el lugar a donde nos trasladaríamos, cómo y con quién. Mientras hacíamos este pequeño ensayo, vimos con beneplácito que nuestra tensión iba disminuyendo, hasta empezamos a bromear, sobre todo cuando nos dimos cuenta que nuestra vida y la de las personas que amamos, habían adquirido prioridad.

La pasada tormenta que nos inundó, nos dejó una hermosa lección de amor fraterno y de  fe; horas de angustia en las que como nunca nos sentimos protegidos por Dios. Ahora “Ingrid” nos conduce suavemente a terminar de una vez por todas con el cáncer de los apegos, ese amor desmedido por las cosas que nos ha ido deshumanizado.

Unos mas, otros menos, pero todos por lo regular compramos por compulsión,  almacenamos cientos de cosas que ni necesitamos, acumulamos codiciosamente un dinero que jamás usamos para ayudar a otros, creyendo que de esta manera tendremos la felicidad asegurada y el sufrimiento alejado.

Sí, es verdad, nos quedamos con las manos vacías, pero gracias a ello hoy podemos tomarnos de la mano de Dios y permitir que nos guíe. Mientras pensaba en esto, me acordé de cuando Jesús dijo a sus discípulos que fueran a predicar el Evangelio, llevando únicamente su túnica y sus sandalias. Él sabía que de llevar equipaje, se ocuparían mas en conservarlo que en predicar y que además, estarían más expuestos a ser asaltados en el camino. 

La naturaleza es inestable por eso debemos estar alertas  a los reportes del clima, sobre todo en temporada de huracanes. Pasado el peligro, podemos empezar a arreglar los hogares, pero con sobriedad, sin ese estrés de pánico que da cuando se pone la vida en lo que compraste.  

Por: Antonieta B. de De Hoyos

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