6 de abril de 2013

Manuel, el de Rosario de la Peña.

Por: Antonieta B. De De Hoyos

Manuel Acuña nació en Saltillo Coahuila, el 27 de agosto de 1849 y murió en la ciudad de México a la edad de veinticuatro años, el 6 de Diciembre de 1873. Médico y poeta hizo sus primeros estudios en el Colegio Josefino de la ciudad de Saltillo, a los dieciséis, viaja a la ciudad de México, e ingresa al Colegio de San Ildefonso, cursando las materias de matemáticas, latín, francés y filosofía.

A los diecinueve años ingresa a la Escuela de Medicina y se inicia en su breve carrera literaria. Ese mismo año, junto con otros intelectuales funda la sociedad Literaria Netzahualcóyotl, escenario en el que dio a conocer sus primeros versos. Publicó en la revista “El Anáhuac” y en un folletín del periódico “Iberia”. El 9 de mayo de 1871 se estrenó “El Pasado”, drama de su inspiración, que recibió una buena acogida por el público. Según los que le conocieron, de no haberse quitado la vida bebiendo cianuro de potasio, hubiera sido un insigne poeta.

Pero a mí lo que más me impresionó de su biografía, fue su vida privada. Su desesperado amor por Rosario de la Peña y Llerena, una mujer sumamente atractiva, culta, educada; hija de un rico hacendado en cuya casa se llevaban a cabo las veladas literarias, a la que acudían jóvenes escritores y poetas de la época a exponer sus obras. Ella, sus padres y hermanos eran los anfitriones de estas concurridas reuniones a la que asistían Manuel M. Flores, Miguel León Portilla, Vicente Morales y Juan de Dios Peza, entre otros.

Acuña escribió “El nocturno a Rosario”, poema en el que dejaba claro su intenso amor no correspondido hacia esa mujer excepcional, que se convirtió en la musa oficial de algunos de los poetas asistentes, que mas tarde alcanzarían la fama. Tras el inesperado deceso, este poema se popularizó en la literatura hispana, dañando moralmente a Rosario, al grado de decidir retirarse a vivir a un pueblo cercano con su madre y hermanas.

A los que preguntaban, siempre les decía que entre ellos solo existió una respetuosa amistad, que ella no se sentía culpable de su muerte, que Manuel era una persona sensible que provenía de una familia con inclinaciones suicidas, (dos de sus hermanos se suicidaron años después). Además, en ese tiempo el sostenía un romance con una poeta, con la cual tuvo un hijo que nació dos meses antes de que el falleciera. Ella por su parte tenía un romance conocido por todos, con Manuel M. Flores, único hombre al que amó durante once años, hasta que éste murió a causa de una grave enfermedad.

Desafortunadamente sigue siendo recordada como Rosario “la de Acuña”, cuando a mi parecer debería ser lo contrario, “Manuel el de Rosario”, ya que fue ése, su amor imposible, lo que le inspiró tan bello poema lleno de nostalgia, desesperanza, impotencia y frustración.

Si alguna falta cometió Rosario, fue el haber sido una mujer hermosa, educada, con una gran personalidad que la volvió famosa en la historia, a pesar de no ser escritora ni poeta. Durante la única entrevista que concedió, casi a sus cincuenta años, confirmó que nada le hubiera sido más fácil que aceptar por vanidad femenina lo que se le imputaba, pero que en su corazón había paz, porque ella nunca provocó ni se enteró, de ese amor desesperado que Manuel Acuña sentía por ella.

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