Por: Antonieta B. de De Hoyos
Este
fue un fin de año especial, ya que en las últimas semanas tuve la oportunidad
de vivir experiencias que jamás imaginé, unas fueron buenas otras no
tanto, pero todas superadas con el apoyo
de Dios. Buscando algo que me motivara a
escribir, encontré esta singular información, que con sutileza me
condujo a la meditación indispensable, cada principio de año.
Se
trata del arrepentimiento, esa
sensación interior que nos inquieta y que no nos permite ser felices y que en
ocasiones llega hasta quebrantar la salud física y espiritual del individuo. Para
fortuna o infortunio, la existencia lleva en su esencia la toma de decisiones,
a cada instante el ser humano debe decidir sobre esto o aquello, lo que implica
acertar o equivocarse.
Pero
lo peor que puede pasarnos, es llegar al final de la vida con un “ojalá y lo
hubiera hecho”. El “ojalá hubiera tenido el suficiente valor para hacer
realmente lo que quería y no lo que los demás esperaban que hiciera”, es uno de
los arrepentimientos más comunes. Algunos lamentan el haberse perdido de muchas
cosas buenas en su vida y dicen: “ojalá no hubiera dedicado tanto
tiempo a mi trabajo”.
Desafortunadamente
la madurez nos llega cuando nos vemos obligados a enfrentar la adversidad, el miedo, el enojo, el arrepentimiento y eventualmente
la aceptación. El no haber expresado los sentimientos, positivos o negativos,
es otro arrepentimiento que trae a la mente el “ojalá hubiera tenido el coraje de
hablar y decir que no me gustaban esas cosas, o de decir a las personas lo que
realmente sentía por ellas”. Otro momento difícil, es la nostalgia por las
viejas amistades, las que a pesar de ser muy queridas por nosotros, no hacemos
el esfuerzo por reencontrarlas y cuando lo intentamos, ya es demasiado tarde.
También
sentimos una gran tristeza cuando pensamos que debimos ser más felices
y que no lo fuimos por las cosas que dejamos de hacer. El "no
hacer", trae a la persona
profundos lamentos, pues por lo regular casi nadie se arrepiente de lo que
hizo, bien o mal, ya que estas acciones son parte del aprendizaje de la vida;
es mucho más doloroso el arrepentirse de lo que no se hizo.
Pero
lo importante es que aprendamos a perdonarnos a nosotros mismos y a no ser tan
duros por lo pasado. Nuestro espíritu se
eleva cuando aceptamos que nos equivocamos. Muchas personas alrededor del mundo
sufren en silencio, ven como su organismo se debilita, tienen el llanto a flor
de piel, se van consumiendo en la tristeza profunda, a causa del arrepentimiento.
Este
año que empieza, si nos es posible resarcir el daño hagámoslo, si es algo que
ya no tiene remedio, pidamos perdón a Dios y soltemos la carga. Recordemos que el
Creador en su infinita misericordia nos concede el perdón, cada vez que nos
equivocamos.
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