3 de noviembre de 2012

El enorme poder de la naturaleza.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

Cuando los noticieros locales e internacionales anunciaron la llegada  del Huracán “Sandy” a las costas del noreste de Estados Unidos, se avisó a la ciudadanía sobre la manera de contrarrestarla, pero el pánico cundió cuando se le declaró mundialmente la “Tormenta perfecta” que provocaría la mayor destrucción terrestre en los últimos cien años.

Un aproximado de ochenta millones de personas de diferentes condados y estados circunvecinos, debieron movilizarse ante la advertencia; aunque de acuerdo a lo notificado, más de la mitad hicieron caso omiso y se quedaron en casa o departamento. 

Viendo a través de la televisión las imágenes del radar, pude constatar lo impresionante de su tamaño, las nubes cargadas de lluvia, los vientos que le acompañaban, las marejadas que se levantaron; de inmediato me puse a rezar por ellos y por nosotros, para que nunca nos viéramos en una situación igual.

Estuve al pendiente, no por morbosa curiosidad, sino por empatía, realmente me sentía identificada con ellos. Al día siguiente cuando comenzó el recuento de los daños, cuando se mostraron las calles inundadas, los ríos desbordados, los miles de árboles arrancados de cuajo, las innumerables casas incendiadas o demolidas, la carencia de electricidad y agua potable. Cuando se presentó la problemática de los médicos en los hospitales, con sus enfermos: adultos, ancianos, niños y bebés recién nacidos, cuando la policía y los bomberos se esforzaban por controlar las crisis nerviosas de las personas varadas dentro de sus departamentos; podía percibirse el instinto de conservación en grado superlativo y el miedo paralizante dentro de cada  corazón.

Estoy segura de que en esos instantes millones de plegarias se elevaron al cielo, y que Dios en su infinita misericordia les envió la calma y la iluminación necesaria, para que hicieran lo pertinente. Esta vez la naturaleza mostró su fuerza, respondió con todo rigor a las agresiones que desde hace más de cinco décadas, el hombre le ha venido propinado. El cambio climático lo provocamos todos y  ésta,  es una de sus múltiples manifestaciones.

Mientras miraba los noticieros, recordé una película que vi en mi adolescencia y que por su dramatismo, jamás he podido olvidar. Se filmó en 1959, probablemente yo la vi tres o cuatro años después. Se hizo en Nueva York, con su estatua de la Libertad, y su preciosa isla de Manhattan; tres personas dos hombres y una mujer la protagonizaron, llegaron en un yate a sus costas y se encontraron con una ciudad vacía, los habitantes habían huido por la contaminación nuclear. Me impactó ver los majestuosos rascacielos y las enormes avenidas completamente desiertas, el ambiente era grisáceo con olor a muerte. 

Con gran dolor tuve que reconocer, que por más poderosa que se considere una persona, una ciudad, un país, ¡el mundo entero!, siempre sucumbiremos ante los embates de la naturaleza. Lo que podemos hacer es luchar por recuperarla y evitar hasta lo imposible, el seguir dañándola.

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