5 de julio de 2012

El fin no justifica los medios. ¿O sí?


Por: Antonieta B. de de Hoyos

Me declaro apolítica en el sentido de que no pertenezco a ningún partido, pero debo aceptar que me enriquece como nunca el tiempo de elecciones. Es este un gran ejercicio mental que permite escuchar propuestas, investigar vidas privadas de los candidatos,  conocer la trayectoria del partido, sus  planes a futuro etc.

Esta es la manera perfecta para que los electores nos formemos una idea más o menos clara, del hombre o mujer que será nuestro favorito (a) llegado el momento.

Es ahí, en ese escudriñar, en el que se juega nuestra victoria o nuestra derrota. Es en ese honrado conteo de votos, cuando el pueblo queda satisfecho o insatisfecho con los resultados.

Gracias al internet y a las redes sociales, muchos de nosotros  pudimos, aunque hoy seamos minoría, enterarnos de lo acontecido en las casillas, casi en el mismo instante en que se produjera, en cualquier punto de nuestro extenso país.   

Pasada la euforia, pienso que lo más trascendente en este acto cívico sexenal, no radica en el antes, durante y después de la votación, sino en la forma, las estrategias, que se aplican para ganar.

De acuerdo a las últimas informaciones recibidas a través del internet, existen infinidad de pruebas, datos, grabaciones y videos que muestran a la ciudadanía, la manera como algunas personas  realizaron actos corruptos dentro del tiempo que duró la votación.

Nunca he  estado de acuerdo con Maquiavelo, seguramente porque mi postura es cristiana.  


Pensar que gobernantes y otros poderes han de estar por encima de la ética y la moral dominante para conseguir sus objetivos o llevar a cabo sus planes, no va conmigo.

Vivimos tiempos difíciles: en lo económico, en lo social y en lo espiritual. La mayoría de nosotros deseamos con gran fervor que en este milenio retomemos la paz y la armonía.  La humanidad debe regresar hasta el mismo instante en donde se perdió lo añorado. Buscar con avidez ese estilo de vida que nos permita trascender.  

No se trata de intercambiar  triunfos por derrotas, se trata de ponderar y demostrar en el diario vivir los beneficios infinitos que nos da el vivir y convivir como Dios manda.   

El fin no justifica los medios, por eso cuando el fin es lícito, los medios también lo son.

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