7 de abril de 2012

Podríamos intentar aprender.


Por: Antonieta B de De Hoyos

Antes de que arribara a nuestro país Su Santidad Benedicto XVI, escuché a un comunicador decir con cierto tono peyorativo: “No necesitamos oraciones, necesitamos cambio de conductas”. De momento me entristeció su afirmación, hasta cierto punto me pareció una ofensa dirigida a los creyentes que de esta manera manifestamos nuestra fe. Durante el día medité sobre esas palabras, después me puse a investigar, necesitaba saber hasta qué punto es indispensable que oremos con mayor intensidad, en esta época caótica que nos ha tocado vivir.

En primer lugar, orar no es una opción, es un mandamiento que Cristo nos legó al ordenarnos “Velen y oren”, como lo hacía él con su Padre. Orar es un sagrado privilegio, es el único medio por el cual nos comunicamos con Dios y recibimos sus beneficios. No tenemos idea de la cantidad de bendiciones que desperdiciamos cuando dejamos de orar, ni de la forma como obstruimos con esta negativa actitud, la ayuda y el bienestar que Dios envía en cada oración para nuestras familias y proyectos.

Dejar para de vez en cuando la oración, es un grave error, pues como sucede en toda amistad que no se frecuenta, la relación se enfría hasta que no queda nada. Las personas somos débiles por naturaleza por eso necesitamos de la fortaleza divina para no desfallecer, para no quebrarnos en las vicisitudes y no caer en las tentaciones que el mundo ofrece.

No hay hombre más sabio que aquel que ora, porque la oración es la fuente de la sabiduría que nos permite tomar decisiones correctas en situaciones difíciles, es en ese momento de intimidad, cuando Dios nos guía. Nuestro corazón se mueve usando el cuerpo como vehículo, pero es el espíritu el que le da vida, está mas que comprobado que las cosas materiales no llenan el vacío del alma, solo Dios con su presencia lo logra. Un cristiano que no ora puede llegar a ser más infeliz y sentirse más vacío que cuando no conocía de Dios.

Con la oración podemos interceder por alguien, pedir a Dios por el bienestar de alguien, por familiares, hermanos, vecinos, amigos y líderes, por la paz en un país y en el mundo entero, solo los insensibles no perciben el cambio. Hablar con Dios es una experiencia reconfortante, sobre todo cuando pedimos algo en oración y él nos contesta; entonces nuestro gozo es inmenso y nuestra fe se agranda.

La respuesta de Dios a nuestra oración se da de tres maneras: Sí al instante; si  está en sus planes divinos tu petición. Todavía no; si él considera que no es el momento. Tengo algo mejor para ti; si lo considera pertinente, pero de lo que si debemos estar seguros es que lo recibido siempre será  para bien. La oración  es el gran poder que Dios otorga al hombre para que goce de prosperidad, para que reconsidere su conducta, para que retome el camino; somos nosotros los que por necedad no la aprovechamos.  ¡Bienaventurada Pascua de Resurrección!

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