Por: Antonieta B de De Hoyos
Antes
de que arribara a nuestro país Su Santidad Benedicto XVI, escuché a un
comunicador decir con cierto tono peyorativo: “No necesitamos oraciones,
necesitamos cambio de conductas”. De momento me entristeció su afirmación, hasta
cierto punto me pareció una ofensa dirigida a los creyentes que de esta manera
manifestamos nuestra fe. Durante el día medité sobre esas palabras, después me
puse a investigar, necesitaba saber hasta qué punto es indispensable que oremos
con mayor intensidad, en esta época caótica que nos ha tocado vivir.
En
primer lugar, orar no es una opción, es un mandamiento que Cristo nos legó al
ordenarnos “Velen y oren”, como lo hacía él con su Padre. Orar es un sagrado
privilegio, es el único medio por el cual nos comunicamos con Dios y recibimos
sus beneficios. No tenemos idea de la cantidad de bendiciones que
desperdiciamos cuando dejamos de orar, ni de la forma como obstruimos con esta
negativa actitud, la ayuda y el bienestar que Dios envía en cada oración para
nuestras familias y proyectos.
Dejar
para de vez en cuando la oración, es un grave error, pues como sucede en toda
amistad que no se frecuenta, la relación se enfría hasta que no queda nada. Las
personas somos débiles por naturaleza por eso necesitamos de la fortaleza
divina para no desfallecer, para no quebrarnos en las vicisitudes y no caer en
las tentaciones que el mundo ofrece.
No
hay hombre más sabio que aquel que ora, porque la oración es la fuente de la
sabiduría que nos permite tomar decisiones correctas en situaciones difíciles,
es en ese momento de intimidad, cuando Dios nos guía. Nuestro corazón se mueve
usando el cuerpo como vehículo, pero es el espíritu el que le da vida, está mas
que comprobado que las cosas materiales no llenan el vacío del alma, solo Dios
con su presencia lo logra. Un cristiano que no ora puede llegar a ser más
infeliz y sentirse más vacío que cuando no conocía de Dios.
Con
la oración podemos interceder por alguien, pedir a Dios por el bienestar de
alguien, por familiares, hermanos, vecinos, amigos y líderes, por la paz en un
país y en el mundo entero, solo los insensibles no perciben el cambio. Hablar
con Dios es una experiencia reconfortante, sobre todo cuando pedimos algo en
oración y él nos contesta; entonces nuestro gozo es inmenso y nuestra fe se
agranda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario