Por: Ramón de la Peña Manrique
A raíz de la reflexión
en mi anterior artículo, mi correctora de estilo me hizo una pregunta sobre la
recomendación que hice a los candidatos: ¿qué les recomiendas más en concreto
sobre el sueño a cumplir; sobre sus colaboradores; sobre su "General Fierro"
y sobre el coraje moral que deben de tener?
Yo le comenté que en el proceso de definir un
sueño estratégico siempre recuerdo el sueño que tuvo el Presidente Kennedy al
proponer: Yo quiero un hombre en la Luna.
Entonces, ¿cuál es nuestro hombre en la Luna?, me
pregunta mi correctora de estilo.
A mí me gusta, le respondí, el sueño que compartió
con nosotros el Presidente Zedillo en su segundo Informe de Gobierno al
decirnos que quería "un México en el que las leyes sean cumplidas y
aplicadas a todos por igual; un México plenamente democrático, con elecciones
justas y limpias.
"Un México con una economía productiva, capaz
de generar los empleos que necesitamos", dijo, "un México en el que
cada niño y cada niña tengan alimentación adecuada, reciban educación de
calidad y atención oportuna para su salud; un México en el que cada familia
habite una vivienda digna con buenos servicios básicos; un México en el que
tengamos seguridad en nuestras personas y en nuestros bienes, en el que
confiemos unos en otros, en el que las autoridades sepan ganarse el respeto de
todos.
"Un México generoso en oportunidades para
todos", expresó.
¿Qué nos faltaría para lograrlo?, me pregunta mi
correctora de estilo.
Primero que el Presidente o la Presidenta tenga la
intención de lograrlo; que defina claramente la escalera para llegar al sueño
deseado; que invite a colaboradores que sepan pasar del dicho al hecho y que
sean responsables, honestos, veraces y muy trabajadores; que asigne y/o consiga
los recursos económicos para hacerlo; y sobre todo que no quite el dedo del
reglón hasta lograrlo.
¿Y qué del "General Fierro"?, insiste mi
correctora de estilo.
Necesitan encontrar, le dije, un buen tiburón.
Al ver su cara de "no te entiendo", le
dije: déjame contarte una historia de cómo los japoneses decidieron usar
tiburones para poder ofrecer pescado fresco a sus clientes en su país.
A los japoneses siempre les ha gustado comer
pescado fresco, pero en sus costas no tienen suficientes peces, así que
decidieron construir grandes barcos para ir mar adentro para conseguir los
productos que necesitaban, pero el tiempo de regreso era mucho para mantener
frescos a los pescados.
Lo primero que hicieron para lograrlo fue poner
congeladores, pero a los japoneses les gusta el pescado fresco, no congelado;
esto motivó que tuvieran que bajar el precio del pescado congelado, lo cual los
hizo buscar otras alternativas.
Finalmente decidieron poner tanques llenos de agua
para mantener a los peces vivos, pero necesitaban que estuvieran moviéndose
continuamente, pues de otra manera dejarían de moverse y perderían el sabor
fresco que les exigían sus clientes japoneses, por lo que decidieron poner un
pequeño tiburón en cada tanque para mantener activos a los peces.
Claro que los tiburones se comen algunos peces,
pero la gran mayoría de ellos llega a las costas del Japón vivos y con sabor a
fresco.
Ése debe de ser el estilo del nuevo "General
Fierro", que actúe como el tiburón para mantener activos a todos los colaboradores
del futuro Presidente, y que de vez en cuando "se coma" a los que
toman decisiones inapropiadas o deciden ser flojos, irresponsables, mentirosos
y sinvergüenzas.
Pero sobre todo, vuelvo a recalcar, los
colaboradores deben llenar su frasco de coraje moral, ese combustible de la
integridad que los motive a evitar tener un Gobierno sin congruencia, pues como
dice la sabiduría popular, un Gobierno así es como una flor de plástico, llena
de color, pero sin aroma, sin vida.
Ese combustible los debe motivar a actuar
responsablemente y a luchar por evitar los tres males más importantes que
tenemos en nuestra cultura: la permisividad, la ilegalidad y la impunidad
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