Por: Rosaura Barahona
La sensación de impotencia es una de las más terribles y dolorosas para el ser humano. Querer hacer las cosas y no poder hacerlas provoca desesperación, rabia, rebeldía y tristeza.
Hay muchos tipos de impotencia, pero todos terminan por convertirse en una piel indeseada que nos limita y de la cual no podemos deshacernos.
La impotencia ante un bebé gravemente enfermo es desesperante. Quisiéramos transferir su enfermedad a nosotros, aunque sabemos que es imposible. Soñamos con convertirnos en entes mágicos para curarlo con una varita mágica. Ansiamos volver eficiente la medicina y apresurar la cura. Lloramos al no poder protegerlo del dolor y del sufrimiento. Y terminamos por clavarnos las uñas en las palmas de las manos porque nada podemos hacer.
Quizá a quienes no han vivido una experiencia similar lo anterior les parezca exagerado; por desgracia, no lo es. Al contrario, me quedo corta y si lo duda, dése una vuelta por los centros de niños con cáncer, invidentes, con parálisis cerebral o con cualquiera de las enfermedades contra las que se lucha día a día.
Hay muchos otros tipos de impotencia, pero me referiré sólo a una de ellas: la impotencia cívica. Esta impotencia nos vuelve como los perros amarrados por su dueño... ladran mucho, pero no hacen nada.
Casino Royale. Cincuenta y dos muertos. Más de 100 días para emitir un dictamen oficial. No hay culpables, sólo quienes echaron gasolina. ¿Entonces todas las entrevistas que vimos en la tele, leímos en la prensa y escuchamos por radio de los testigos, de los sobrevivientes, de los bomberos, de los empleados que salvaron gente, de los familiares desesperados, eran falsas? Porque dijeron algo muy distinto.
¿Sería su imaginación? Porque ahora se asegura que hubo más puertas de emergencia que las mencionadas al principio y, claro, todas funcionaban a la perfección. La foto de la puerta pintada ¿fue inventada? ¿Era "photoshop"? ¿Nos la imaginamos?
La puerta que abrieron los bomberos a punta de golpes y tenía atrás una pared para cancelarla porque, al parecer, por ahí entraron algunos a robar, ¿fue una trampa puesta por los medios? ¿Por los ciudadanos? ¿Por los bomberos? Seguro lo hicieron para acusar de algo a los inocentes dueños del antro que estaba en orden absoluto.
La puerta VIP que nadie conocía porque no se veía ¿también cuenta como una puerta desperdiciada por quienes se estaban calcinando?
Las declaraciones de los bomberos, las autoridades y los sobrevivientes ¿fueron tomadas en cuenta a la hora de hacer la investigación o todo se resolvió, como de costumbre, a través de transferencias bancarias, de contratos para solaparse unos a otros y de apostar ¡de nuevo! al olvido de los mexicanos? Terrible dolor.
Y la cara de serenidad con la que las autoridades leyeron el dichoso dictamen que es una burla macabra llena de desprecio hacia nosotros y, sobre todo, hacia los deudos de quienes ahí fallecieron porque no había salidas visibles, abiertas y señaladas dentro del casino y porque las autoridades, desde Gobernación hasta el Municipio, saben que no sucederá nada en este País en donde los ciudadanos somos un mero ornamento.
¿Con quién los acusamos? Felipe Calderón se la pasa de discurso en discurso hablando de un México existente sólo para él.
¿Los medios? Muchos han estado del lado de los deudos; nos hacen compartir sus historias, humanizan la tragedia porque no muestran muertos en abstracto, sino con un rostro y una historia. Pero no pueden hacer más.
¿Los Congresos, el Senado? Nada de eso cae dentro de sus funciones, pero si cayera, tampoco harían nada.
¿El Ministerio Público? Ése es tema para otro artículo.
¿Demandas legales como la de Aldo Fasci? Quizá, pero tomarán tiempo y mientras tanto, las autoridades se volverán a salir con la suya. Igual que en la ABC, los responsables son peces gordos y en este país sólo se pescan a las sardinas, así que no sucederá nada.
Eso más la Torre inútil y costosísima cuyos constructores ni siquiera se conocen ¡porque se perdieron los contratos! nos hace sentir impotentes de verdad.
Los mexicanos (salvo una minoría activista excepcional) somos integrantes de un club comodino y resignado a su impotencia. Siempre ladramos mucho, pero no hacemos nada.
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