Por Antonieta B. de De Hoyos
Porque
la vida lo exige, más no por placer, me vi en la necesidad de acudir a la cita
con mi dentista. No es de extrañar que como a muchos, a mí también me atemorice
la aplicación de la anestesia local y aunque el médico jure y perjure que no va a doler, yo siempre
me protejo e invoco la divina presencia, en cada una de estos acontecimientos.
Esta
vez, al término de la intervención y mientras nos poníamos de acuerdo para la
segunda consulta, surgió entre nosotros
una amena charla. Hablamos de mil y una cosas, todas muy interesantes.
Sin darnos cuenta nos enfrascamos en el tema de la religión y de lo
imprescindible que es, poseer una vida interior saturada de espiritualidad,
para enfrentar los peligros que nos presenta la sociedad actual.
Me
contó en su estilo muy personal, la forma como había ido madurando en su fe, y
las múltiples ocasiones en que había aconsejado a sus amigos retomar el buen
camino, pero que por debilidad continúan en los vicios que les esclavizan.
Mientras
narraba los hechos yo lo observaba. Me admiraba escuchar la vehemencia que ponía en sus palabras y los
juicios certeros que emitía sobre la conducta humana; no lograba comprender
como alguien tan joven, tuviera esa madurez de pensamientos. De repente me dijo-
“Pero sepa usted que ya me cansé, mi paciencia se acabó, no mas consejos que no
son oídos. Se ha terminado mi misión de orientador” y para corroborar lo dicho me dio el
siguiente ejemplo:
-Supongamos
que yo soy una canica que ha caído en un pozo, pero me esfuerzo
a base de brincos a salir de él;
lo logro y ya en piso firme, busco a Dios para no volver a caer. A partir de entonces dejo de ser una simple
canica y me convierto en un canicón. Ahora tengo la fuerza suficiente para
sacar de un empujón a todo aquel que caiga en el pozo. ¿Pero qué sucede? Que
después de lo que me esfuerzo en
sacarlos, ellos indiferentes regresan al pozo. No buscan a Dios, prefieren esa
vida cómoda. Les tiendo mi mano pero no
la toman, por eso de ahora en adelante los dejaré solos, necesitan en carne
propia aprender la lección.
Fue
hasta el anochecer que reflexioné sobre esta inusual y sabia plática. Imaginé a
toda esa gente que alrededor del mundo, pugna cada día por ser un canicón y las
muchas veces que pierden su brillo, se despostillan y se quiebran
intentando sacar del pozo al caído.
Es verdad que debemos ayudar, pero también es cierto que existe la dignidad humana. ¿Cuánto tiempo se debe sufrir por las reiteradas equivocaciones ajenas? ¿Cuándo, con la conciencia tranquila se puede continuar el camino? Innegable es que debemos “arrimar el hombro”, pero será hasta el momento en que por decisión propia, la canica quiera salir del pozo.
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