6 de octubre de 2011

¡Nunca más el canicón!


Por Antonieta B. de De Hoyos

Porque la vida lo exige, más no por placer, me vi en la necesidad de acudir a la cita con mi dentista. No es de extrañar que como a muchos, a mí también me atemorice la aplicación de la anestesia local y aunque el médico  jure y perjure que no va a doler, yo siempre me protejo e invoco la divina presencia, en cada una de estos acontecimientos.

Esta vez, al término de la intervención y mientras nos poníamos de acuerdo para la segunda consulta, surgió entre nosotros  una amena charla. Hablamos de mil y una cosas, todas muy interesantes. Sin darnos cuenta nos enfrascamos en el tema de la religión y de lo imprescindible que es, poseer una vida interior saturada de espiritualidad, para enfrentar  los  peligros que nos presenta la sociedad actual.
Me contó en su estilo muy personal, la forma como había ido madurando en su fe, y las múltiples ocasiones en que había aconsejado a sus amigos retomar el buen camino, pero que por debilidad continúan en los vicios que les esclavizan.

Mientras narraba los hechos yo lo observaba. Me admiraba escuchar  la vehemencia que ponía en sus palabras y los juicios certeros que emitía sobre la conducta humana; no lograba comprender como alguien tan joven, tuviera esa madurez de pensamientos. De repente me dijo- “Pero sepa usted que ya me cansé, mi paciencia se acabó, no mas consejos que no son oídos. Se ha terminado mi misión de orientador”  y para corroborar lo dicho me dio el siguiente ejemplo:

-Supongamos que yo soy una canica que ha caído en un pozo, pero me  esfuerzo  a base de brincos a salir de él;  lo logro y ya en piso firme, busco a Dios  para no volver a caer.  A partir de entonces dejo de ser una simple canica y me convierto en un canicón. Ahora tengo la fuerza suficiente para sacar de un empujón a todo aquel que caiga en el pozo. ¿Pero qué sucede? Que después de lo que  me esfuerzo en sacarlos, ellos indiferentes regresan al pozo. No buscan a Dios, prefieren esa vida cómoda. Les tiendo mi  mano pero no la toman, por eso de ahora en adelante los dejaré solos, necesitan en carne propia aprender la lección.

Fue hasta el anochecer que reflexioné sobre esta inusual y sabia plática. Imaginé a toda esa gente que alrededor del mundo, pugna cada día por ser un canicón y las muchas veces que pierden su brillo, se despostillan y se quiebran intentando  sacar del pozo al caído.


Es verdad que debemos ayudar, pero también es cierto que existe la dignidad humana. ¿Cuánto tiempo se debe sufrir por las reiteradas equivocaciones ajenas? ¿Cuándo, con la conciencia tranquila se puede continuar el camino? Innegable es que debemos “arrimar el hombro”, pero será hasta el momento en  que por decisión propia, la canica quiera salir del pozo.

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