Por: Antonieta B. de De Hoyos
No es verdad que la mitad de los habitantes del planeta quisiéramos ver la tan publicitada boda real en Inglaterra, es más bien la manera impositiva con la que se maneja en los medios de comunicación, un evento social, mercantilizado y farandulero.
En el tercer milenio, la agudeza mental del ser humano se ha acrecentado, los conocimientos y la cultura se han difundido tanto, que hasta el más humilde de los mortales, sabe leer entre líneas y percibe con mayor claridad, el engaño que le propinan los encargados de manipular la información. Por eso hemos aprendido que cualquier suceso deportivo, político, religioso y social a nivel internacional trasmitido vía satélite, es invariablemente magnificado con el insano propósito de captar la mayor audiencia y ganancia posibles, a pesar de saber que dicha trasmisión no vale la pena.
Cuando anunciaron la “Boda Real” supuse que sería un espectáculo fuera de serie, se vislumbraba como un fenómeno en el campo de la compra-venta, razón poderosa para que la publicidad se multiplicara en las diferentes cadenas televisivas, nacionales e internacionales.
Hoy, en la segunda década del presente siglo, es ya un hecho palpable el cambio radical que se ha efectuado sin importar raza ni credo en la conducta de las personas, la ética y la espiritualidad han regresado a la práctica diaria.
Ahora somos promotores de actos de justicia social, de caridad, de compasión, de servicio al prójimo. De manera inesperada empezamos a contrarrestar las malas acciones con buenas. Descartamos ya por completo todo aquello que significa despilfarro o destrucción. El lema es ahorro y reconstrucción, comenzando por el medio ambiente y seguido por el círculo familiar, social y laboral.
Estamos más conscientes que nunca de la problemática mundial, sabemos la precaria situación que sufren millones de nuestros semejantes alrededor del mundo; gente que ha sido despojada sin ninguna consideración de lo que le corresponde. Aquí en América, se trabaja arduamente en las garantías que ofrecen los Derechos Humanos Universales establecidos. No es posible tolerar el derroche, la ostentación, la presunción, ni la prepotencia que tanto discrimina, ofende, lastima…, así se efectúe allende el mar.
Aquí, en nuestro joven y hospitalario continente, las mujeres modernas, intelectuales, profesionistas y amas de casa, buscamos una vida de igualdad en dignidad, no nos vemos reverenciando a una anciana, caminando de prisa varios pasos atrás del conyugue, recibiendo órdenes contundentes de cómo comportarse dentro y fuera de la alcoba, como vestir, de que hablar, cuando callar y si fuera posible, no pensar.
Es admirable la actitud sumisa de los británicos a su protocolo, ritos muy respetables instituidos por sus antecesores, pero me inconformo ante su total indiferencia y exagerada flexibilidad a los Mandamientos Divinos; comenzando con “no fornicarás, no codiciarás, no robarás…”
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