Por: Antonieta B. de De Hoyos
Hace unos días leí una hermosa reflexión escrita por el hermano José Miguel Pajares, laico comprometido de Perú, material que por cuestión de espacio adapté y por sentirme aludida pase a primera persona del plural. Dice Don José que se ha detectado una franja social que antes no existía, y que esa gente es la que hoy tiene alrededor de sesenta años. Que somos la generación que ha borrado del idioma la palabra “sexagenario”, porque no está en nuestros planes actuales el hecho de envejecer, que llevamos una vida satisfactoria porque nos forjamos independientes al trabajar desde muy jóvenes, tarea a lo que agregamos la actividad que más nos gustaba y nos permitía sentirnos plenos sin deseos de jubilarnos.
Dentro de ese universo de personas de sesenta y más, la mayoría somos saludables, curiosos, activos, una generación que destaca por su brillo y optimismo. Que a pesar de los terribles cambios sufridos pudimos detenernos para reflexionar y decidir lo que queríamos en realidad; algunos se fueron a vivir solos, unos se casaron o se divorciaron, otros tuvieron o no hijos, hubo profesionistas y muchos que con titulo o sin él crearon su propio “YO S.A.” Lo importante es que hicimos nuestra voluntad, gozamos aciertos y pagamos errores.
No nos estancamos en el tiempo, aprendimos a manejar el celular, la computadora, el correo electrónico, facebook, twitter y nos escribimos con los hijos que están lejos y con los amigos intercambiamos noticias de política, ciencia, tecnología, espiritualidad y medio ambiente.
Estamos satisfechos con nuestro estado civil de lo contrario lo reformamos, nadie se pone a llorar cuando pierde, simplemente se valoran los riesgos y se toma nota a lo sumo. Claro que admiramos la juventud pero no nos intimida, nosotros competimos con estilo propio, con una mirada cómplice, una frase inteligente o una sonrisa iluminada por la experiencia.
En el siglo XXI los de sesenta, estamos estrenando una edad que aun no tiene nombre, antes los de nuestra edad ya eran viejos hoy ya no lo somos, hoy estamos plenos física e intelectualmente, recordando sin nostalgia la juventud. Hemos aprendido el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar; quizás tengamos menos reflejos, menos habilidad cognitiva, menos masa encefálica, a lo mejor más achaques físicos, pero nunca diremos que hemos perdido experiencia, ni que nuestra sabiduría ha disminuido…, porque lo aprendido en el caminar de la vida es invaluable.
En mi opinión estos son los años que abren nuestra mente a descabelladas aventuras, renovadas ilusiones e increíbles proyectos. Por eso hacemos ejercicio, leemos, conversamos, socializamos; rechazamos las malas amistades, el chisme y la crítica y nos acercamos más a la oración. ¿Cómo aprendimos a ser felices?, colocando a Dios en nuestro corazón, caminando de su mano, confiando en su protección y disfrutando el momento. Estar en paz con nosotros mismos y con los demás, significa poder regresar a la casa del Padre sin remordimientos.
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