28 Abr. 11
En el artículo pasado traté de ubicar la violencia familiar dentro de un contexto mayor porque algunas personas subestiman el problema y consideran que no merece atención, tiempo ni esfuerzo de quienes luchan contra él y, menos, de las autoridades.
Eso tiene que ver, en parte, con nuestra herencia cultural que continuamos alimentando a través de la tradición oral, el ejemplo y otras cosas.
Alguna vez asistí a un seminario sobre violencia familiar en donde ésta se presentó desde la perspectiva médica, legal, social, económica, religiosa, histórica, psicológica, psiquiátrica, cultural, lingüística y patrimonial, entre otras.
Escuchar a los expertos hablar sobre las consecuencias de la violencia familiar en cada uno de esos campos es doloroso y salimos, por un lado, con el deseo de denunciarla y de seguir luchando en contra de ella, pero por otro, con una sensación frustrante de impotencia.
El problema de la violencia está vinculado a nuestros instintos animales y, por lo tanto, debemos aprender a dominarlos. Es esencial conocernos para saber de qué somos capaces y cuidarnos de no perder el autocontrol. Quienes ejercen la violencia de manera sistemática la ven como una muestra normal de su propio poder. Y si nadie les dice lo contrario, nunca lo entenderán.
Educarnos y conocernos es un proceso que no termina nunca, pero cuyas etapas deben dejar en cada uno algo significativo que le permita ser un mejor ser humano. Las personas violentas olvidan o nunca aprendieron que todos somos seres dignos. No importa la edad ni el aspecto físico ni la clase social ni la inteligencia ni la cultura ni ninguna otra cosa. Todos merecemos ser respetados por todos y todos debemos respetarnos a todos.
¿Pero cómo comprenderlo y aprenderlo si el papá golpea a la mamá cuando se le antoja, si los padres se insultan entre sí e insultan y maltratan a los hijos, si la niña es obligada a servir a su hermano y a obedecer sin chistar las órdenes de cualquier varón en su familia, si se da preferencia para que estudien los niños y no las niñas y si se ve al varón (que no hombre) como alguien con derecho a hacer lo que guste, cuando guste, como guste y con quien guste?
Todo eso encadena la razón y le impide funcionar, de modo que las mujeres, los niños, los viejos o los hombres sometidos a estas formas de violencia desde que recuerdan, carecen de la energía, de la voluntad y la capacidad de rebelarse, de denunciar, de huir o de defenderse.
Recientemente EL NORTE trajo dos casos ilustrativos de eso. El 21 de abril leímos en elnorte.com: "Se perdona pareja en el juzgado". Si usted recuerda, ni él ni ella quisieron declarar, pero el hijo de 14 años contó cómo su padre trató de matar a su esposa golpeándola con una maceta y ella, para defenderse, tomó un cuchillo de la cocina y lo hirió en el cuello y en el pecho.
La evaluación psicológica hecha a ambos determinó que uno y otro presentan "un alto grado de peligrosidad ante la falta de control de impulsos". A ella se le encontraron conductas suicidas y homicidas. Ojalá al hijo también le den apoyo psicológico.
Si la ley no persiguiera estos casos de oficio, los perdonados hubieran regresado a su casa y, antes de lo pensado, uno hubiera sido asesinado por el otro.
El segundo caso es aterrador: un abogado de San Nicolás golpeó con el puño cerrado a su hija de 5 años durante dos días para educarla. La niña murió en el hospital en donde los médicos detectaron golpes y moretones, además de quemaduras de cigarro que también él le hacía.
Al ser aprehendido, el padre confesó haber golpeado a la menor en el abdomen y cuando su esposa le reclamó, también la golpeó con los puños y le rompió un palo de escoba en la espalda. La esposa declaró que ella y su hija eran golpeadas con frecuencia por su esposo.
En el primer caso, la educación de los actores es escasa; eso podría no justificar, sino explicar de algún modo lo sucedido. En el segundo, hay educación universitaria de por medio, aunque habría que ver qué significa eso en este caso.
La violencia familiar no es una etiqueta más y, menos, un problema abstracto.
Es esencial entenderlo porque nos afecta a todos, aunque usted y yo no la vivamos en carne propia.
rosaurabster@gmail.com
Fuente: El Norte y con el permiso de la autora
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