9 de octubre de 2010

El valor del compromiso en el desarrollo personal.


Por: Antonieta B. de De Hoyos

La calidad de la gente puede medirse por el número de sus compromisos, quien no vive por algo, morirá sin ser nada. Hoy en día la frivolidad nos satura, los idealismos del siglo XX, en su mayoría han sido descartados, el modelo a seguir en el tercer milenio, ha sido no tomar nada en serio. Ahora casi nada es importante -es más- nada tiene que ser trascendente, por eso cuando alguien habla de valores absolutos, es tachado fácilmente de fanático. Sostener la bandera de la verdad, es correr el riesgo de ser considerado impositivo. La libertad, el compromiso moral y la verdad en la actualidad son raros compañeros de viaje. Los peregrinos del siglo XXI han sido desterrados de la realidad y convertidos en espectadores de su propia existencia.

La ausencia de compromiso reduce en mucho lo valioso de la elección, sobre todo cuando tomamos las decisiones como algo casual, situación donde la elección pierde su sentido último, y dura muy poco. Antes un hombre y una mujer podían vivir toda la vida con un mismo ideal, ahora estos cambian de la noche a la mañana. Una vida sin comprometernos, nos ofrece una existencia autómata, instintiva; porque es el ineludible compromiso el que nos hace persona y nos permite desarrollar una auténtica vida plena, marcada por la libertad que nos conduce a realidades que culminan y que sólo la razón humana puede alcanzar.

La vida misma es un compromiso, solo volviendo la mirada al cielo nos damos cuenta de nuestras elecciones. Vivir nos compromete con nosotros mismos y con los demás, porque como humanos caminamos hacia un mismo fin, que no está en manos de la suerte, no es aleatorio ni circunstancial, sino real y concreto: buscar y encontrar la felicidad, esa plenitud de vida anhelada. Por eso quien no se compromete en lo poco o en lo mucho, no puede conducirse como verdadero Hijo de Dios, sino como una bestia, al no lograr realizarse en sus relaciones trascendentes.

Comprometernos, es poner al máximo nuestras capacidades para sacar adelante todo aquello que se nos ha confiado. El compromiso que hacemos de corazón va más allá de la firma de un documento, o un contrato. Cuando nos comprometemos, es porque conocemos las condiciones que estamos aceptando y las obligaciones que éstas conllevan.

Por eso me pareció muy adecuada la siguiente historia llamada “La Zorra y el Chivo en el pozo”. Dicen que un día cayó una zorra en un pozo profundo, viéndose obligada a quedarse dentro por no alcanzar la orilla. Minutos más tarde llega un chivo sediento, y viendo a la zorra le preguntó si el agua era buena. Ella, ocultando su verdadero problema, se deshace en elogios para el agua, e invita al chivo a bajar y probarla. Sin pensarlo saltó el chivo al pozo, y después de saciar su sed, le preguntó a la zorra cómo harían para salir de allí. Entonces dijo ella: Hay un modo, que puede salvarnos. Apoya tus patas delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos; luego yo subo por tu cuerpo y una vez afuera, tiraré de ti. Así lo hicieron, la zorra salió del pozo, y se alejó sin cumplir lo prometido. Cuando el chivo le reclamó la zorra le dijo: ¡Si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no hubieras bajado sin pensar antes en cómo salir después! Moraleja; antes de comprometernos en algo o con alguien, debemos pensar si cumpliremos lo ofrecido, sin tomar en cuenta lo que ofrezcan los extraños.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le felicito por tan acertado analisis de un valor muy importante para toda persona que pretenda ser lo que el Creador diseño para ella... Comparto su punto de vista de la crisis de valores contemporanea, y la dejadez de las parsonas en el logro de sus metas y objetivos (que en algunos casos, no lo tienen).
Creo que fuimos diseñados no para ser y vivir, pasando por la vida a la deriva como barco sin rumbo. Es mas, pienso que de la manera que nacemos bebes y crecemos hasta alcanzar la adultez, asi como en lo fisico-bilogico, deberia serlo en lo moral y espiritual...
Por eso estoy convencido de lo que dijera el rabino de Nazareth de Galilea: "Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida, nadie llega al Padre sino por Mi..." (San Juan 14:6)