Por: Antonieta B. de De Hoyos
Caminante, son tus huellas
El camino, y nada más;
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Fragmento del poema “Caminante “de
Antonio Machado.
Desde hace algunos años, por considerar peyorativo y humillante el término vejez, la sociedad se dio a la tarea de redefinir esta última etapa de la vida, encontrando adecuado el término “tercera edad” a partir de cumplir sesenta. Este concepto tampoco tuvo aceptación, pues hacía sentir a los que pertenecían a esta edad, como si fueran ancianos. Hoy, gracias a la ciencia y a la tecnología, el periodo de vida se ha extendido y su calidad se ha elevado, motivo suficiente para cambiar ahora a adulto mayor y dejar así abierta la posibilidad de vivir sin molestia alguna, cada una de las tres fases que le integran; envejecimiento, ancianidad y senilidad. De esta forma y de acuerdo al cuidado personal, alimentación, medicamentos, ejercicio, espiritualidad, etc., la persona puede retrasar su envejecer y llegar fuerte y radiante más allá de los ochenta. Esta felicidad se ve opacada por la publicidad actual, la que por elevar las ventas de sus productos, muestra múltiples y supuestas enfermedades que debe sufrir el adulto mayor, enajenando su mente, alterando su tranquilidad e impidiéndole vivir a plenitud, lo que le resta de vida.
Llegar a viejos enteros debe ser una de las principales aspiraciones de la persona humana, evitando hasta lo posible dejar en el camino pedazos de su vida. Envejecer no es lo mismo que ser viejo. Se es viejo cuando el espíritu se debilita y se mira la vida con tristeza y amargura, caso que puede presentarse a cualquier edad. Envejecer no es una catástrofe, ni edad dorada, es una etapa tan rica y tan digna de ser vivida apasionadamente como las anteriores; con sus alegrías y con sus dificultades. Por supuesto que envejecer implica pérdidas, pero también ganancias. Pérdida de energía vital, de juventud, de esperanza de vida, de salud, de trabajo, de éxito profesional, de seres queridos que fallecen; contrariedades que deben desafiarse de frente y si es posible anticiparse a ellas.
La vejez, dijo Juan Pablo II, es la coronación de los escalones de la vida, en ella se recogen los frutos de lo aprendido y lo experimentado, de lo realizado, de lo sufrido y soportado. Durante esta época no deben perderse los conocimientos profesionales o intelectuales, pues para bien o para mal, siempre habrá adultos mayores vanidosos y modestos, altruistas y egoístas, activos y perezosos.
Gozar la época de adulto mayor, nos ofrece una nueva actitud hacia el concepto de tiempo. Ahora podemos apreciar cada momento, detenernos a admirar, a agradecer por esas cosas ordinarias que antes no tomábamos en cuenta, detalles como: la amistad, la solidaridad, la belleza de la naturaleza y por encima de todos, la presencia infinita de Dios.
Este es un tiempo que nos ofrece nuevas posibilidades para la oración contemplativa, al envejecer tenemos más espacios para hablar con Dios y para escucharle, es en esos años privilegiados donde nuestras oraciones dejan de ser sólo palabras y se transforman en un maravilloso y total abandono confiado en el Señor.
El camino, y nada más;
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Fragmento del poema “Caminante “de
Antonio Machado.
Desde hace algunos años, por considerar peyorativo y humillante el término vejez, la sociedad se dio a la tarea de redefinir esta última etapa de la vida, encontrando adecuado el término “tercera edad” a partir de cumplir sesenta. Este concepto tampoco tuvo aceptación, pues hacía sentir a los que pertenecían a esta edad, como si fueran ancianos. Hoy, gracias a la ciencia y a la tecnología, el periodo de vida se ha extendido y su calidad se ha elevado, motivo suficiente para cambiar ahora a adulto mayor y dejar así abierta la posibilidad de vivir sin molestia alguna, cada una de las tres fases que le integran; envejecimiento, ancianidad y senilidad. De esta forma y de acuerdo al cuidado personal, alimentación, medicamentos, ejercicio, espiritualidad, etc., la persona puede retrasar su envejecer y llegar fuerte y radiante más allá de los ochenta. Esta felicidad se ve opacada por la publicidad actual, la que por elevar las ventas de sus productos, muestra múltiples y supuestas enfermedades que debe sufrir el adulto mayor, enajenando su mente, alterando su tranquilidad e impidiéndole vivir a plenitud, lo que le resta de vida.
Llegar a viejos enteros debe ser una de las principales aspiraciones de la persona humana, evitando hasta lo posible dejar en el camino pedazos de su vida. Envejecer no es lo mismo que ser viejo. Se es viejo cuando el espíritu se debilita y se mira la vida con tristeza y amargura, caso que puede presentarse a cualquier edad. Envejecer no es una catástrofe, ni edad dorada, es una etapa tan rica y tan digna de ser vivida apasionadamente como las anteriores; con sus alegrías y con sus dificultades. Por supuesto que envejecer implica pérdidas, pero también ganancias. Pérdida de energía vital, de juventud, de esperanza de vida, de salud, de trabajo, de éxito profesional, de seres queridos que fallecen; contrariedades que deben desafiarse de frente y si es posible anticiparse a ellas.
La vejez, dijo Juan Pablo II, es la coronación de los escalones de la vida, en ella se recogen los frutos de lo aprendido y lo experimentado, de lo realizado, de lo sufrido y soportado. Durante esta época no deben perderse los conocimientos profesionales o intelectuales, pues para bien o para mal, siempre habrá adultos mayores vanidosos y modestos, altruistas y egoístas, activos y perezosos.
Gozar la época de adulto mayor, nos ofrece una nueva actitud hacia el concepto de tiempo. Ahora podemos apreciar cada momento, detenernos a admirar, a agradecer por esas cosas ordinarias que antes no tomábamos en cuenta, detalles como: la amistad, la solidaridad, la belleza de la naturaleza y por encima de todos, la presencia infinita de Dios.
Este es un tiempo que nos ofrece nuevas posibilidades para la oración contemplativa, al envejecer tenemos más espacios para hablar con Dios y para escucharle, es en esos años privilegiados donde nuestras oraciones dejan de ser sólo palabras y se transforman en un maravilloso y total abandono confiado en el Señor.
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