Por: Antonieta B. de De Hoyos
Cuentan que en cierta ocasión le preguntaron a un hombre: ¿Que es lo que te hace feliz? A lo que contestó con gran firmeza, “Nada me hace feliz porque yo soy feliz”. -El que sea o no feliz, no depende de algo o de alguien sino de mi mismo. Solo yo puedo decidirlo. Yo determino ser feliz en cada situación, en cada momento de mi vida, ya que si mi felicidad dependiera de otros, llámese sucesos, personas o cosas, estaría metido en serios problemas.-
En la actualidad hasta un niño de párvulo sabe que en la vida todo cambia, que todo lo que existe sobre la faz de la Tierra está en continuo proceso de crecer, desarrollarse y morir. Nada es estático ni eterno. Todo muda de forma y de dueño. La persona misma cambia radicalmente en cada una de sus etapas terrenales; la riqueza acumulada puede aumentar, disminuir hasta perderse por completo: los placeres mundanos que antes daban gozo dejan de satisfacer; los amores vienen y se van. Intentar hacer una lista de cambios es imposible, son demasiados e impredecibles. Hace algunos años cuando me di cuenta de esta gran verdad, aprendí que ser feliz es una actitud que yo puedo manejar, lo demás que sucede a mi alrededor son tan solo experiencias: agradables unas, desagradables otras, pero todas lecciones enriquecedoras, enseñanzas de vida que me permiten aumentar conocimientos, acrecentar la sabiduría y fortalecer de manera excepcional el espíritu. Por ejemplo: perdonar, ayudar, comprender, aceptar, escuchar, consolar, servir, etc.; puedo hacerlo, si lo decido y recibir a cambio la paz interior anhelada.
Este fue el momento en el que comprendí, que no tenía porque dejar de ser feliz a causa de estar enfermo, o por no tener dinero, ni que el mucho frio o calor deberían alterar mi conducta, y que el convertirme en adulto mayor no es un castigo sino un regalo de Dios, y que si alguien te agrede es porque creció dentro de agresiones y si no tengo empleo, la esperanza de obtenerlo me mantiene en pie. Si hoy creo que nadie me ama, puedo recordar los momentos de amor que viví aun sin ser correspondido.
Estas y muchas otras circunstancias que he venido observando ya no logran desanimarme, se que como persona valgo mucho y como hijo de Dios mucho más. Desde entonces, no me deseo ni deseo a los que amo, un año nuevo feliz. Somos nosotros los que hacemos de ese espacio, pese a la adversidad el mejor de los tiempos. Por eso a pesar de estar enfermo, de que el clima lastime, de que no se tenga empleo, poco o casi nada de dinero, de imaginar que a nadie interesamos, ¡Seamos felices! La clave está en la fe, la oración diaria, la esperanza, el servicio al prójimo y el amor incondicional a Dios.
Seamos felices, lo merecemos y debemos hacer de este mundo, una extensión de la eternidad.
En la actualidad hasta un niño de párvulo sabe que en la vida todo cambia, que todo lo que existe sobre la faz de la Tierra está en continuo proceso de crecer, desarrollarse y morir. Nada es estático ni eterno. Todo muda de forma y de dueño. La persona misma cambia radicalmente en cada una de sus etapas terrenales; la riqueza acumulada puede aumentar, disminuir hasta perderse por completo: los placeres mundanos que antes daban gozo dejan de satisfacer; los amores vienen y se van. Intentar hacer una lista de cambios es imposible, son demasiados e impredecibles. Hace algunos años cuando me di cuenta de esta gran verdad, aprendí que ser feliz es una actitud que yo puedo manejar, lo demás que sucede a mi alrededor son tan solo experiencias: agradables unas, desagradables otras, pero todas lecciones enriquecedoras, enseñanzas de vida que me permiten aumentar conocimientos, acrecentar la sabiduría y fortalecer de manera excepcional el espíritu. Por ejemplo: perdonar, ayudar, comprender, aceptar, escuchar, consolar, servir, etc.; puedo hacerlo, si lo decido y recibir a cambio la paz interior anhelada.
Este fue el momento en el que comprendí, que no tenía porque dejar de ser feliz a causa de estar enfermo, o por no tener dinero, ni que el mucho frio o calor deberían alterar mi conducta, y que el convertirme en adulto mayor no es un castigo sino un regalo de Dios, y que si alguien te agrede es porque creció dentro de agresiones y si no tengo empleo, la esperanza de obtenerlo me mantiene en pie. Si hoy creo que nadie me ama, puedo recordar los momentos de amor que viví aun sin ser correspondido.
Estas y muchas otras circunstancias que he venido observando ya no logran desanimarme, se que como persona valgo mucho y como hijo de Dios mucho más. Desde entonces, no me deseo ni deseo a los que amo, un año nuevo feliz. Somos nosotros los que hacemos de ese espacio, pese a la adversidad el mejor de los tiempos. Por eso a pesar de estar enfermo, de que el clima lastime, de que no se tenga empleo, poco o casi nada de dinero, de imaginar que a nadie interesamos, ¡Seamos felices! La clave está en la fe, la oración diaria, la esperanza, el servicio al prójimo y el amor incondicional a Dios.
Seamos felices, lo merecemos y debemos hacer de este mundo, una extensión de la eternidad.
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