Por: German Dehesa
La guerra entre el frío y la cobija ya estalló. Por el momento, todo indica que va ganando el frío, pero es que a las huestes cobijeras y cobijadoras nos agarraron tragando dirigibles. Ya hemos reaccionado y vamos con todo. Tú y él y yo formamos parte de este selecto grupo. Como diría el Tío Gamboín (que no era un dechado de simpatía): ¡no me falles, sobrino!
Con esto, no te estoy pidiendo que lo hagas por el Tío Gamboín, sino que lo hagas por todos aquellos que pasan frío durante la noche. A lo mejor, ignorante de esto, dormías muy ricamente con tus sábanas, tu calefactor, tu edredón y tu señora -elementos térmicos todos ellos-; pero ahora ya lo sabes: aquí en tu ciudad, probablemente a unos cuantos metros de tu casa, viven y mueren los que ni siquiera alcanzaron techo.
Ante situaciones así, lo mejor es compartir responsabilidades con el Gobierno. Éste se encarga de brindar el techo y atención médica y regaderas y nosotros nos ponemos con la cobija, que bien podría ir acompañada de un buen abrazo y una buena barra de chocolate. Si, además, quieren un bolillo, sería de lo más formativo que se lo consiguieran ellos que alguna lana tendrán.
La idea no es tener siempre pobres de los que echar mano cuando a las señoras les viene el ímpetu de ponerse caritativas, sino de ayudar a un grupo de compatriotas a salvar un escollo inmediato, pero siempre con la idea de que adquieran cada vez mayor autonomía.
El caso es que hoy necesitamos cobijas. El mejor precio que hemos conseguido es el de 80 pesos. Ustedes pueden comprarlas y distribuirlas, o bien, nos pueden enviar la lana a nosotros, depositarla en la cuenta 2611694 de Scotiabank Inverlat, Suc. 78, Centro Insurgentes, a nombre de Germán Dehesa o Gabriela Sáenz Carrillo. Les doy mi palabra de hombre y de Puma que no me clavaré la lana y que la emplearé íntegramente en la Operación Cobija.
Ahora bien, se puede dar el caso de que ustedes en sus hogares tengan cobijas con algo de uso, pero en buen estado. Si quieren donarlas, mijitos, no sean arreados y cualquier helada noche de éstas, salgan y dénsela a algún friolento. En estos momentos, adivino la cercanía de alguna de esas señoras, feas del alma y horrendas del cuerpo, que suplen la falta de inteligencia y discernimiento con un constante ejercicio de la maledicencia universal. ¡ÑÑagh, ñagh, ñagh!, ustedes los hombres son tontos y crédulos: le dan una cobija a cualquiera de estos barbajanes y ellos en 10 minutos ya la vendieron para comprarse una botella de aguardiente. Para esto, hay un argumento impepinable: pues también el aguardiente cobija y ya regrésese a su percha, pinche vieja cara de balata.
En esto quedamos. No se hagan que la Virgen les habla. Sin ti, la Operación Cobija no va, nomás no va.
Y la feria sigue y todos tenemos el alma en un hilo al no saber si remueven (cosa que no será fácil) a Don Carstens de Hacienda, o le consiguen una oficina más amplia. La Rosachiva con su conmovedora ingenuidad Chiva me preguntó: ¿y si se va Carstens, se quitan todos los impuestos que él puso? La miré largamente y respondí: eso jamás; la última vez que pasó eso, fue en tiempos del Virrey Zumárraga y esto por el cabildeo de Juan Diego. Bueno, ya me voy.
¿Qué tal durmió? MDCLXXXII (1682)
MONTIEL.
Cualquier correspondencia con esta cobijada columna, favor de dirigirla a dehesagerman@gmail.com (D.R.)
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