Colaboración Especial de: German Dehesa
Nadie tiene que contarnos que el año 2009 ha sido uno de los más nefastos en la historia de México. Nos ha pasado todo: sequías, inundaciones, trombas, huracanes, epidemias, la resurrección del PRI, que equivale a decir que volvió la peste con todas sus ratas, la alarmante pérdida de poder adquisitivo de las clases medias que dejamos de pensar en bonanzas y comenzamos a conformarnos con no irnos al hoyo y terminar el año habiendo, por lo menos, mitigado nuestras deudas más importantes.
Esta lista no exhaustiva tiene que aderezarse con la pregonadísima guerra contra el narco que ya no conserva el ímpetu y la solidaridad social que tuvo en un principio. Al día de hoy, nuestra impresión es la de que lo único que hicimos fue darle de escobazos a un inmenso avispero africano cuya venganza fue y sigue siendo violentísima al punto de convertir a nuestras ciudades en zona de guerra donde cualquiera puede morir no como héroe, sino como víctima inadvertida de este tornado que la mentada guerra desató. Hoy nos parece obvio que no medimos nuestras fuerzas ni aplicamos una estrategia inteligente si es que puede haber alguna.
Aquí me detengo porque no quiero ser ni parecer ese tipo de comentarista que señala con diligencia y prontitud los errores y, al hacerlo, crea la impresión de que él sabe perfectamente cómo evitarlos. En mi caso, no es cierto. Si pusieran en mis manos la economía nacional, o la estrategia de una guerra, en menos de que lo cuento estaríamos yo y mis encomiendas tan o más perdidos que estos moconetes no excesivamente brillantes que se perdieron no en el Desierto del Gobi, sino en los Dinamos de Contreras (no dejo de autoencomiar mi innata sabiduría que me ha permitido llegar a los 65 años sin jamás haber participado en un día de campo, un campamento, una excursión, ni mucho menos una estancia a cielo abierto. Un lugar donde no hay room service no merece ser visitado).
En el caso que hoy me ocupa, no pretendo pues juzgar como perito en la materia, sino como víctima de este año-tromba que vino y nos alevantó a todos, menos a los gananciosos de siempre, y nos ha ido arrojando donde le ha dado la gana. Y es que tenemos, nos dicen, un boquete financiero que se abrió en unos instantes de modo tan inesperado para nosotros los legos como el que se abrió en mi colonia.
Si mal no recuerdan, aquí en este espacio quedó asentado que este descuacharrangue de las finanzas sorprendió al mismísimo Vicente Fox, quien públicamente afirmó que él le había dejado a Calderón un país en franca bonanza que, por lo visto, alcanzó a durar malamente dos años. Luego nos caímos de la nube en que andábamos y, como suele pasarnos, ¡oh, meshicas!, después de volar un rato por ensoñados paisajes procedimos a acomodarnos un insigne zapotazo contra el duro tezontle que es el material que forma el piso de la patria.
Y aquí estamos los descoyuntados, los fracturados, los trasculcados, los despojados, los deudores y acreedores succionados por este mítico boquete que, como solemos decir acá en nuestras tierras, "se hizo solito". Rogad por nosotros.
¿Qué tal durmió? MDCLXII (1662)
Por el boquete ni te preocupes, hijito de MONTIEL; tú sigue manejando el Bentley que te compró tu papacito.
Cualquier correspondencia con esta columna con boquete concluido, favor de dirigirla a dehesagerman@gmail.com (D.R.)
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