26 de septiembre de 2009

Mejor no saber, que saber demasiado.


Colaboración de: Antonieta B. de De Hoyos Sept. 23/09

Anoche mientras navegaba por el internet me encontré este interesante, actualizado y formativo artículo escrito por Alfonso Aguiló. Me gustó mucho porque inicia su escrito con una anécdota, que me recordó el tema más solicitado, en una reunión social a la que asistí la semana pasada; las relaciones familiares, la deficiente comunicación entre madre-hijos (as) y abuela- nietos (as) en este tercer milenio.

“La chica mentía. Cada palabra que pronunciaba era una gran mentira. Su madre la conocía a la perfección por eso sabía que lo que estaba diciendo era una sarta de embustes. Pero no la increpó ni la cuestionó, por el contrario con su actitud complaciente le dejó entrever que la apoyaba a seguir mintiendo”.

La mujer de esta historia tenía como lema “Mejor no saber, que saber demasiado” por eso durante toda su vida había adoptado esta actitud pasiva con buenos resultados, prefería cualquier cosa antes que provocar discusiones, escándalos, rencores o malos humores. Para ella lo esencial siempre había sido aceptar, fingir que comprendía y dejar que la incertidumbre o la ofensa de sentirse engañada se aplacaran y continuar siendo como lo indicaban los demás. De hecho, nunca había sido mujer aficionada a las discusiones ni a levantar la voz; porque le importaba muy poco si lo que pasaba a su alrededor, era consecuencia de errores, torpezas o desastres; para ella era primordial mantener la calma, justificar incluso lo injustificable, tolerar lo intolerable, todo con tal de lograr la armonía dentro del hogar, aunque en el fondo, fuera una concordia falsa, una paz ficticia y una lejanía palpable de los miembros.

Algunas personas tendemos a no aceptar lo sucedido, a pesar de tener muy presente el yerro cometido, por esa razón me pareció excelente esta narración, a veces preferimos regirnos por principios incorrectos, obsoletos, que quizás antes sirvieron pero hoy no. Falsear una situación, evadir cuestiones fundamentales porque son desagradables o comprometedoras, no es la solución.

Claro que todos queremos ser felices, serenos, equilibrados, pero hay momentos en que nos sentimos frustrados, abatidos, furiosos, hasta tristes. ¿Entonces que podemos hacer? Primero, reconocer la causa de nuestra molestia, aclarar dudas y después, actuar con benevolencia, tratando de que en esos instantes de información, aclaración y enmienda, prevalezca el amor, el respeto y la prudencia. Segundo, no buscar apoyo en el comer y beber en exceso, en el despilfarro de dinero, tiempo y salud, en casinos de juego, ni adicciones a drogas. Lo mejor: Encontrar un espacio para meditar, platicar con Dios, recargar baterías… recuerde que Él mejor que nosotros, sabe que la convivencia diaria no es cosa fácil.

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