Por: Antonieta B. de De Hoyos
Parece incongruente que en este tercer milenio, cuando la comunicación, la ciencia y la tecnología han alcanzado su más alto nivel, muchos jóvenes se pregunten cómo y cuándo sabrán que ya son adultos y personas maduras psicológicamente. La respuesta según los avezados en el tema es la siguiente: lo serán cuando sean capaces de hacer lo que deben, lo que de verdad les conviene y no lo que les apetece, y además demuestren ser responsables de todos y cada uno de los actos en su vida, por pequeños o intrascendentes que parezcan.
Educar a los hijos para la libertad con responsabilidad, sin sermones, palabrotas y golpes, exige a los padres una conducta intachable de tiempo completo y mucha paciencia para orientarles. Cuando el niño nace no sabe lo que es bueno o malo, es su padre el encargado de mostrarle la diferencia hasta que con el tiempo, se acostumbre a hacer el bien y evitar el mal. A este aprendizaje se le conoce como formación de la conciencia moral y para grabarla, deben establecerse normas y fijar límites que acate el resto de la familia sin excepción.
La información y desinformación que a diario recibimos, nos angustia y desalienta. Enterarnos del maltrato a los animales, de la destrucción del medio ambiente, de la deshumanización global ante la amenaza de guerras nucleares, de alertas epidemiológicas, etcétera, deteriora la paz interior de los ciudadanos, de manera permanente.
Pero lo realmente triste es que no buscamos el cambio, sabemos que estas condiciones tan negativas que vivimos pueden reducirse y en mucho, cuando papá vuelva a ser el varón íntegro, generoso, respetado y amado por ser un hombre de fe, en toda la extensión de la palabra.
Dios dispuso un trabajo arduo y constante para el padre, comunicar tradiciones y valores y trasmitir además esa fuerza espiritual que fortalece a la persona en momentos de crisis, no es tarea fácil. Hablar a los hijos en la casa, en el camino, cuando se acuestan, cuando se levantan, es aleccionar con una carga afectiva emocional imborrable en la mente infantil.
El ejemplo del padre es una influencia extraordinaria y sobrenatural en el desarrollo de los hijos, por eso la mayoría no se aparta de él, aun envejecidos. La ausencia del padre por compromisos laborales y sociales, no es impedimento para que se reconozcan sus virtudes.
Al no asumirse esta obligación educativa, se corre el riesgo de que el televisor y el Estado se encarguen de la disciplina y la educación sexual de los hijos y de que nuestros jóvenes se conviertan en personas débiles, asustadizas, dependientes, impreparados para regir un país al no haber aprendido a gobernarse a sí mismo.
Antonieta B. de De Hoyos..... junio 20/09
Educar a los hijos para la libertad con responsabilidad, sin sermones, palabrotas y golpes, exige a los padres una conducta intachable de tiempo completo y mucha paciencia para orientarles. Cuando el niño nace no sabe lo que es bueno o malo, es su padre el encargado de mostrarle la diferencia hasta que con el tiempo, se acostumbre a hacer el bien y evitar el mal. A este aprendizaje se le conoce como formación de la conciencia moral y para grabarla, deben establecerse normas y fijar límites que acate el resto de la familia sin excepción.
La información y desinformación que a diario recibimos, nos angustia y desalienta. Enterarnos del maltrato a los animales, de la destrucción del medio ambiente, de la deshumanización global ante la amenaza de guerras nucleares, de alertas epidemiológicas, etcétera, deteriora la paz interior de los ciudadanos, de manera permanente.
Pero lo realmente triste es que no buscamos el cambio, sabemos que estas condiciones tan negativas que vivimos pueden reducirse y en mucho, cuando papá vuelva a ser el varón íntegro, generoso, respetado y amado por ser un hombre de fe, en toda la extensión de la palabra.
Dios dispuso un trabajo arduo y constante para el padre, comunicar tradiciones y valores y trasmitir además esa fuerza espiritual que fortalece a la persona en momentos de crisis, no es tarea fácil. Hablar a los hijos en la casa, en el camino, cuando se acuestan, cuando se levantan, es aleccionar con una carga afectiva emocional imborrable en la mente infantil.
El ejemplo del padre es una influencia extraordinaria y sobrenatural en el desarrollo de los hijos, por eso la mayoría no se aparta de él, aun envejecidos. La ausencia del padre por compromisos laborales y sociales, no es impedimento para que se reconozcan sus virtudes.
Al no asumirse esta obligación educativa, se corre el riesgo de que el televisor y el Estado se encarguen de la disciplina y la educación sexual de los hijos y de que nuestros jóvenes se conviertan en personas débiles, asustadizas, dependientes, impreparados para regir un país al no haber aprendido a gobernarse a sí mismo.
Antonieta B. de De Hoyos..... junio 20/09
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